🛡 Fortaleza en la fe

¿Dónde dice en la Biblia que hay que bautizar a los niños?

Hay que bautizar a los niños o bebés porque desde que nacen ya traen el pecado original, heredado de Adán y Eva cuando desobedecieron a Dios. La Biblia es clara: el pecado original se hereda: “por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores” (Rom 5,19 BJ); “Mira que en culpa ya nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7 BJ).

Entonces, como consecuencia del pecado original, todos nacemos en una condición de naturaleza caída. Nuestra condición humana está bajo una cierta esclavitud del maligno. El maligno, como consecuencia del pecado original tiene un cierto poder sobre la condición humana que nos quita libertad. En otras palabras, el demonio no va a esperar a que seamos mayores para empezar a tentarnos, lo va a hacer desde el minuto uno, desde el comienzo de nuestra conciencia. Por lo tanto, los padres que aman y quieren lo mejor para sus hijos, los llevan a bautizar, porque desean que vivan la libertad de los hijos de Dios, libres de ese grado de esclavitud, fruto de la caída del pecado original. Ya que el bautismo, además de ser necesario para la salvación, borra a los niños el pecado original, les da la fe y la vida divina, les da el Espíritu Santo y los hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia.

“No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, (…) así como una inclinación al pecado” (CIC, n. 1264). Sin embargo, los padres confían que el Espíritu Santo recibido en el bautismo, les dará a sus hijos la gracia para luchar contra el pecado y resistir las tentaciones, así como la sabiduría y el conocimiento necesario para tomar las decisiones correctas en sus vidas y crecer en santidad.

Dios quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2,4), y la ternura y predilección de Jesús por los niños le hizo decir “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan" (Mc 10,14 BPD). Por lo tanto, no debemos impedir que los niños vengan a Cristo por el don del Bautismo, que los convierte en miembros del Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,25), los hace miembros de la Iglesia, que es la esposa única y verdadera del Cordero (cf. Ap 19,7).

“La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento” (CIC, n. 1250).

A pesar de lo anterior, algunos impiden el bautismo de los niños, porque piensan erróneamente que el bautismo de los niños no es bíblico, sin embargo, en el Nuevo Testamento, encontramos el bautismo de familias enteras, lo cual implica implícitamente el bautismo infantil, como veremos a continuación. Y más adelante mostraremos algunas de las muchas evidencias de que los primeros cristianos creían y bautizaban a los niños, cómo recibieron directamente de los Apóstoles, y éstos de Cristo.

La Biblia muestra que por la fe de los Padres y de la Iglesia se bautizaron familias enteras, incluyendo niños

En la Biblia, el bautismo siempre aparece ligado a la fe. En el caso de los adultos, por supuesto, la fe es lo primero, pues es la fe la que los lleva a pedir el bautismo. Pero, en el caso de los niños, la Biblia nos muestra claramente que basta la fe de los padres y de la Iglesia para bautizarlos; así vemos que familias enteras recibieron el bautismo: San Pablo bautizó a Lidia junto con su familia (cf. Hech 16,14-15); la familia de Estéfanas (cf. 1 Cor 1,16); la familia de Crispo (cf. Hech 18,8); Pablo y Silas bautizaron a su carcelero junto con toda su familia (cf. Hech 16,29-34); y San Pedro bautizó a Cornelio el centurión, junto con su familia y sus amigos íntimos (cf. Hech 10,24-48).

Ahora bien, es importante saber que ‘familia’, según la costumbre de aquel tiempo, abarcaba los papás, los hijos (bebés, niños o infantes), los servidores, y los esclavos (cf. Gn 17,23-27). Entonces, ya que la Biblia menciona que familias enteras fueron bautizadas, y nunca excluye a los niños, por lo tanto, el bautismo de los niños es bíblico.

A continuación, veamos 5 ejemplos en la Biblia sobre el bautismo de familias enteras, que tanto en aquellos tiempos como ahora, incluyen niños:

1. Tomemos como primer ejemplo el caso de Lidia, una vendedora de púrpura, quien al escuchar la predicación del apóstol Pablo, se convirtió al Señor y se bautizó junto con su familia (los de su casa).

“Había entre ellas una, llamada Lidia, negociante en púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios. El Señor le tocó el corazón para que aceptara las palabras de Pablo. Después de bautizarse, junto con su familia, nos pidió: «Si ustedes consideran que he creído verdaderamente en el Señor, vengan a alojarse en mi casa»; y nos obligó a hacerlo»” (Hech 16,14-15 BPD).

Vemos aquí que la fe de Lidia fue suficiente para asegurar el bautismo de su familia. Es natural que las madres deseen lo mejor para su familia, por lo que es lógico pensar que Lidia después de haber creído y recibido el bautismo, hubiera inmediatamente deseado y pedido el bautismo para toda su familia, incluyendo los niños; y como no desearlo, ya que el bautismo es necesario para la salvación, de acuerdo a las palabras del Señor Jesús: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5 BPD).

El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (cf Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento (cf Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer “renacer del agua y del Espíritu” a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, sin embargo, Él no queda sometido a sus sacramentos” (CIC, n. 1257).

2. Un segundo ejemplo lo encontramos más adelante en el libro de los Hechos: en aquel impresionante episodio donde Pablo y Silas son liberados de la cárcel por intervención de Dios. De nuevo, la Biblia nos dice claramente que el carcelero fue bautizado junto con toda su familia, es decir, todos los que componen su casa.

“El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas. Luego los hizo salir y les preguntó: «Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?». Ellos le respondieron: «Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia». En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia. Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios” (Hech 16,29-34 BPD).

Cabe mencionar que Pablo y Silas responden: Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia”, y no: Crean en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia”, un argumento que muestra que, con la fe del padre, se asegura el bautismo para toda la familia.

En este ejemplo, vemos también que el Bautismo es motivo de alegría para todos en la familia, entonces, ¿cómo podría ser motivo de alegría para todos, si los hijos hubieran sido excluidos? ¿Qué padres podrían festejar alegremente, si sus queridos hijos hubieran sido privados de el don de la vida nueva como hijos de Dios que es el Bautismo, el cual conduce a la vida eterna?

3. Encontramos un tercer ejemplo en la primera carta a los Corintios, donde el Apóstol Pablo menciona que bautizó a una familia: “también he bautizado a la familia de Estéfanas” (1 Cor 1,16 BPD). Y, de nuevo, enfatizamos que ‘familia’ incluye a los bebés o niños, lo cual, lejos de ser solo una suposición —como argumentan algunos—, es simple sentido común.

4. También tenemos el caso de la familia del centurión Cornelio, quien en su casa “había reunido a su familia y a sus amigos íntimos” (Hech 10,24 BPD), esperando la llegada de San Pedro. Y quienes el mismo San Pedro —después de haberle escuchado, y haber recibido el Espíritu Santo—: “mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo” (Hech 10,48 BPD). Por supuesto, es lógico asumir que hubiera niños dentro de la familia de Cornelio y dentro las familias de sus amigos presentes, quienes fueron bautizados.

5. El quinto y último ejemplo es similar al anterior, donde Crispo, jefe de la sinagoga, es bautizado junto con toda su familia después de haber escuchado a San Pablo y creído: “Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor, junto con toda su familia. También muchos habitantes de Corinto, que habían escuchado a Pablo, abrazaron la fe y se hicieron bautizar” (Hech 18,8 BPD).

Después de ver estos ejemplos, alguno podría obstinadamente decir que ni Lidia, ni el carcelero, ni Cornelio, ni nadie de ellos tenía bebés o niños en su familia (la cual, recordemos que incluía servidores y esclavos, y los hijos de ellos), pero entonces estaríamos sosteniendo que, en todos estos casos, cuando la Biblia dice ‘su familia’ o ‘todos los de su casa’, se refiera a solo a hogares compuestos de adultos sin niños, lo cual sería muy improbable para la época, porque las familias tenían considerablemente más hijos en aquel entonces, que hoy en día.

También, en ninguno de estos casos hay suficiente motivo para pensar que cuando la Palabra de Dios menciona que fueron bautizados junto con “su familia”, se refiera a que solo los adultos creyentes fueron bautizados, ya que, no hay ningún caso en la Biblia en donde se excluya a los niños de una familia bautizada.

Por el contrario, lo más probable es que todos tuvieran al menos algún niño en su familia, y, por lo tanto, pidieran su bautismo. Porque en la encomienda que Dios da a un padre y a una madre, está también la autoridad de ofrecerles a sus hijos lo que en conciencia entienden que es el camino de salvación. Además, la familia bautizada ya es una iglesia doméstica, la cual, con la ayuda del Espíritu Santo recibido en el bautismo, necesita convertirse activamente en esa realidad. En efecto, los padres tienen la obligación de “procurar que sus hijos y dependientes aprendan la doctrina cristiana, e incurren en culpa delante de Dios si descuidan esta obligación” (Catecismo Mayor, n. 6).

Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana” (CIC, n. 1255).

Con lo anterior comprobamos que el bautismo infantil sí es una práctica bíblica. También se descarta la mentira de que los bebés, niños o infantes no pueden ser bautizados, sino hasta que puedan decidir si quieren serlo, ya que, como hemos visto bíblicamente, basta la fe de los padres para bautizar a los niños.

La Biblia enseña que el don del Espíritu Santo y sus gracias no dependen de la edad

Hay que bautizar a los niños para que reciban el Espíritu Santo, ya que el don del Espíritu Santo y sus gracias no dependen de la edad. Así la Biblia no hace distinción alguna entre padres e hijos (adultos o recién nacidos) para recibirlo, ya que es un don gratuito para todos:

“Después de esto, yo derramaré mi espíritu sobre todos los hombres: sus hijos y sus hijas profetizarán, sus ancianos tendrán sueños proféticos y sus jóvenes verán visiones” (Joel 3,1 BPD).

“Estos hombres no están ebrios, como ustedes suponen, ya que no son más que las nueve de la mañana, sino que se está cumpliendo lo que dijo el profeta Joel: “En los últimos días, dice el Señor, derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres y profetizarán sus hijos y sus hijas; los jóvenes verán visiones y los ancianos tendrán sueños proféticos” (Hech 2,15-17 BPD).

“Pedro les respondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar»” (Hech 2,38-29 BPD).

Entonces, el sacramento del Bautismo es un don gratuito para todos, por medio de él, adultos y recién nacidos sin distinción, reciben el Espíritu Santo, el cual los fortalecerá, defenderá, y los ayudará durante toda su vida. Ya desde el Antiguo Testamento vemos que Dios, por su gracia, le comunicaba cosas grandes por medio de sueños a José el soñador, sin importar que fuese uno de los más pequeños de la familia (cf. Gn 37,2-3).

Algunos piensan : pero ¿por qué bautizar a un niño que no entiende? Esperemos a que crezca, a que entienda y sea él mismo el que pida el bautismo . Pero esto significa no tener confianza en el Espíritu Santo, porque cuando bautizamos a un niño, en ese niño entra el Espíritu Santo y el Espíritu Santo hace que crezcan en ese niño, desde pequeño, virtudes cristianas que florecerán después. Siempre hay que dar a todos esta oportunidad , a todos los niños, la de tener dentro al Espíritu Santo que los guíe durante la vida. ¡No os olvidéis de bautizar a los niños! Nadie merece el Bautismo, que es siempre un don gratuito para todos, adultos y recién nacidos” (Papa Francisco, Audiencia general, 11.04.2018, press.vatican.va).

En resumen de este punto: es muy importante bautizar a los niños cuando son pequeños, ¡para que ellos puedan contar con la fuerza y dirección del Espíritu Santo!

Evidencias de que los primeros cristianos bautizaban a los niños

Es importante saber que La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II” (CIC, n. 1252). Por lo que esta práctica está en conformidad con lo que hacían y creían los primeros cristianos, quienes, por supuesto, bautizaban a los niños. Tal como como prueban las siguientes citas:

1. El siguiente texto de San Ireneo de Lyon (140-205 d. C.) —discípulo de San Policarpo, quien a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan—, explica que Cristo vino a salvar a cuantos renacen para Dios sin importar la edad, porque por el bautismo renacemos en Cristo (cf. Jn 3,5):

Porque vino a salvar a todos: y digo a todos, es decir a cuantos por él renacen para Dios, sean bebés, niños, adolescentes, jóvenes o adultos. Por eso quiso pasar por todas las edades: para hacerse bebé con los bebés a fin de santificar a los bebés; niño con los niños, a fin de santificar a los de su edad, dándoles ejemplo de piedad, y siendo para ellos modelo de justicia y obediencia; se hizo joven con los jóvenes, para dar a los jóvenes ejemplo y santificarlos para el Señor; y creció con los adultos hasta la edad adulta, para ser el Maestro perfecto de todos, no sólo mediante la enseñanza de la verdad, sino también asumiendo su edad para santificar también a los adultos y convertirse en ejemplo para ellos” (San Ireneo de Lyon, Contra las herejías. Libro II, 22, 4).

2. En las instrucciones sobre la administración del Bautismo, en una de las más antiguas e importantes constituciones eclesiásticas de la antigüedad: ‘Tradición apostólica’ (escrita hacia el 215 d. C.), atribuida a San Hipólito de Roma (c. 170-235 d.C.), encontramos evidencia clara de que desde la antigüedad los niños son bautizados en la fe de sus padres:

“Al cantar el gallo, se comenzará a rezar sobre el agua. Ya sea el agua que fluye en la fuente o que fluye de lo alto. Se hará así salvo que exista una necesidad. Pero si hay una necesidad permanente y urgente, se utilizará el agua que se encuentre. Se desvestirán, y se bautizarán los niños en primer término. Todos los que puedan hablar por sí mismos, hablarán. En cuanto a los que no puedan, sus padres hablarán por ellos, o alguno de su familia. Se bautizará enseguida a los hombres y finalmente a las mujeres” (S. Hipólito, Tradición apostólica 20,21).

3. Orígenes (185-254 d. C.), quién es considerado como el teólogo más importante de la Iglesia primitiva, nos enseña en el siguiente texto que bautizar a los niños es una costumbre que la Iglesia recibió directamente de los Apóstoles, y también nos enseña una de las principales razones por la cual debemos de bautizarlos: el bautismo borra el pecado original.

La Iglesia ha recibido de los Apóstoles la costumbre de administrar el bautismo incluso a los niños. Pues aquellos a quienes fueron confiados los secretos de los misterios divinos sabían muy bien que todos llevan la mancha del pecado original, que debe ser lavado por el agua y el espíritu” (Orígenes, In Rom. Com. 5,9: EH 249).

En este otro texto, Orígenes aclara que es necesario que los niños sean bautizados del pecado original porque nadie, por breve que haya sido su vida, está exento de pecado; y también reafirma que el bautismo es necesario para la vida eterna.

“Si los niños son bautizados “para la remisión de pecados” cabe preguntarse ¿de qué pecados se trata? ¿Cuándo pudieron pecar ellos? ¿Cómo se puede aceptar semejante testimonio para el bautismo de niños si no se admite que “nadie está exento de pecado, aún cuando su vida en la tierra no haya durado más que un solo día”?. Las manchas del nacimiento son borradas por el misterio del bautismo. Se bautiza a los niños porque “si no se nace del agua y del espíritu, es imposible entrar al reino de los cielos” (Orígenes, In Luc. hom. 14, 1.5, Enrique Contreras, El Bautismo, Selección de textos patrísticos).

Entonces, los católicos, de acuerdo a la Tradición recibida de los Apóstoles, llevamos a los bebés o niños a recibir el sacramento del Bautismo, para borrar el pecado original que traen consigo al nacer, y renazcan en Cristo:

“Todos los hombres nacemos en Adán hijos de ira [cf. Ef 2,3-5]; mas por el bautismo renacemos en Cristo hijos de misericordia” (Catecismo Romano ES 2100, III).

Conclusión:

Concluimos entonces que la Biblia enseña claramente que hay que bautizar a los bebés o niños para borrar el pecado original que se hereda de Adán y Eva, y renazcan en Cristo. Y que, en su caso, basta la fe de los padres y de la Iglesia para bautizarlos.

También, vimos solo algunas de las muchas evidencias que hay, de que los cristianos de los primeros siglos bautizaban a los niños, conforme a la Tradición recibida de los Apóstoles, a quienes el Señor mismo mandó a bautizar a todos los pueblos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19), por supuesto incluyendo a los niños, porque mediante el bautismo se recibe el Espíritu Santo prometido (Hech 1,5), lo cual no tiene un límite de edad, ya que la promesa de recibirlo es para los padres y sus hijos (cf. Hech 2,39). Por eso es muy importante bautizarlos cuando son pequeños, para que ellos puedan contar con la fuerza y dirección del Espíritu Santo en sus vidas.

Jesús no puso límite de edad para ser bautizado, sino más bien dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan” (Lc 18,16 BPD). Entonces, ¿cómo van a acercarse los niños a Jesús si nosotros como padres se lo estamos impidiendo, es decir, si no los acercamos al Sacramento del Bautismo? En aquel momento los Apóstoles no permitían que los niños se acercaran a Jesús, hoy nosotros se los impedimos como padres, si no deseamos para ellos esas gracias y salvación que el sacramento del Bautismo les otorga.

Autor (con la gracia de Dios): Fernando H. Lee