¿Dónde dice en la Biblia que hay que bautizar a los niños?
La Biblia nos muestra claramente que basta la fe de los padres para bautizar a los niños, bebés o infantes. En el Nuevo Testamento, encontramos que familias enteras fueron bautizadas. Por ejemplo, en el libro de los Hechos 16,14-15, encontramos la historia de Lidia, una vendedora de púrpura, quien al escuchar la predicación del apóstol Pablo, se convirtió al Señor y bautizó a toda su familia (los de su casa), la cual, según el sistema romano incluía bebés, niños o infantes, esclavos, servidores.
“Había entre ellas una, llamada Lidia, negociante en púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios. El Señor le tocó el corazón para que aceptara las palabras de Pablo. Después de bautizarse, junto con su familia, nos pidió: «Si ustedes consideran que he creído verdaderamente en el Señor, vengan a alojarse en mi casa»; y nos obligó a hacerlo»” (Hech 16,14-15 BPD).
Vemos entonces que la fe de Lidia fue suficiente para que todos los de su familia recibieran el bautismo. Sería ilógico entonces pensar que una mujer de aquel entonces —y de ahora—, no considerara a los bebés, niños o infantes de su casa como parte de su familia, más aún siendo sus hijos.
Todas las madres desean lo mejor para sus hijos, por lo que también sería ilógico pensar que Lidia después de haber creído verdaderamente en el Señor —como nos dice la Biblia—, no pidiera también el bautismo para los más pequeños de su familia. En otras palabras, al verdaderamente creer en la salvación que Jesús ofrece, por supuesto, debe haber deseado inmediatamente la salvación de toda su familia, incluyendo a los niños.
Otro ejemplo lo encontramos más adelante en el mismo capítulo 16 del libro de los Hechos, en aquel impresionante episodio donde Pablo y Silas son liberados de la cárcel por intervención de Dios. De nuevo, la Biblia nos dice claramente que el carcelero fue bautizado junto con toda su familia, es decir, todos los que componen su casa.
“El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas. Luego los hizo salir y les preguntó: «Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?». Ellos le respondieron: «Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia». En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia. Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios” (Hech 16,29-34 BPD).
Encontramos un tercer ejemplo en la primera carta a los Corintios, donde el Apóstol Pablo menciona que bautizó a una familia: “también he bautizado a la familia de Estéfanas” (1 Cor 1,16). Y, de nuevo, enfatizamos que ‘familia’ incluye a los bebés o niños, lo cual, lejos de ser solo una suposición —como argumentan algunos—, es simplemente sentido común.
Alguno podría obstinadamente decir que ni Lidia, ni el carcelero, ni Estéfanas tenían bebés o niños en su familia (la cual, recordemos que incluía servidores y esclavos, y los hijos de ellos), pero entonces estaríamos sosteniendo que, en estos tres casos, cuando la Biblia dice ‘su familia’, se refiera a solo a hogares compuestos de adultos sin bebés, infantes o niños, lo cual sería muy improbable para la época. También es improbable que cuando la Palabra de Dios menciona que fueron bautizados junto con “su familia”, se refiera a que solo los adultos creyentes fueron bautizados.
Por lo contrario, lo más probable es que todos tuvieran algún bebé o niño en su familia, y, por lo tanto, pidieran su bautismo. Porque en la encomienda que Dios da a un padre y a una madre, está también la autoridad de ofrecerles a sus hijos lo que en conciencia entienden que es el camino de salvación. ¡Y tanto en el caso de Lidia como en el del carcelero, después de haber recibido la Palabra del Señor, se bautizaron junto con toda su familia y se alegraron todos juntos por haber creído en Dios!
Con lo anterior comprobamos que el bautismo infantil sí es una práctica bíblica. También se descarta la mentira de que los bebés, niños o infantes no pueden ser bautizados, sino hasta que puedan decidir si quieren serlo, ya que, como hemos visto bíblicamente, basta la fe de los padres para bautizar a los niños.
Además, está práctica está en conformidad con lo que hacían y creían los primeros cristianos, quienes, por supuesto, bautizaban a sus hijos. Tal y como nos enseña el siguiente texto de San Ireneo de Lyon (140-205), discípulo de San Policarpo, quien a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan:
“Porque vino a salvar a todos: y digo a todos, es decir a cuantos por él renacen para Dios, sean bebés, niños, adolescentes, jóvenes o adultos. Por eso quiso pasar por todas las edades: para hacerse bebé con los bebés a fin de santificar a los bebés; niño con los niños, a fin de santificar a los de su edad, dándoles ejemplo de piedad, y siendo para ellos modelo de justicia y obediencia; se hizo joven con los jóvenes, para dar a los jóvenes ejemplo y santificarlos para el Señor; y creció con los adultos hasta la edad adulta, para ser el Maestro perfecto de todos, no sólo mediante la enseñanza de la verdad, sino también asumiendo su edad para santificar también a los adultos y convertirse en ejemplo para ellos” (Contra las herejías. Libro II, 22, 4).
Orígenes, quien fue considerado como el teólogo más importante de la Iglesia primitiva, en el siguiente texto nos enseña que bautizar a los niños no solo era una costumbre que la Iglesia recibió directamente de los Apóstoles, sino también nos enseña una de las principales razones por la cual debemos de bautizarlos: el bautismo borra el pecado original.
“La Iglesia ha recibido de los Apóstoles la costumbre de administrar el bautismo incluso a los niños. Pues aquellos a quienes fueron confiados los secretos de los misterios divinos sabían muy bien que todos llevan la mancha del pecado original, que debe ser lavado por el agua y el espíritu” (Orígenes, In Rom. Com. 5,9: EH 249).
En efecto, los niños, bebés o infantes se deben bautizar porque desde que nacen ya traen el pecado original. Ya que, cuando nuestros primeros padres, Adán y Eva pecaron, perdieron la amistad de Dios que tenían que comunicar a sus descendientes, por lo que ese pecado “original” es transmitido a todos como herencia. El Bautismo no solo borra el pecado original de los niños, sino también les da la fe, la vida divina, les da el Espíritu Santo, los hace hijos de Dios y los hace formar parte del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. La misma Iglesia enseña que el bautismo es necesario para la salvación (cf. CIC, n. 1277).
Jesús no puso límite de edad para ser bautizado, sino más bien dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos” (Lc 18,16 BPD). Cómo entonces van a llegar los niños a Jesús si nosotros como padres se lo estamos impidiendo, es decir, si no los acercamos al Bautismo. En aquel momento los Apóstoles no permitían que los niños se acercaran a Jesús, hoy nosotros como padres, si no los llevamos al Sacramento del Bautismo, nosotros mismos les estamos impidiendo que se acerquen a Dios.
Concluimos entonces que la Biblia enseña claramente que hay que bautizar a los niños, y que en su caso basta la fe de los padres para hacerlo. Además, vimos solo algunas de las muchas evidencias que hay, de que los cristianos de los primeros siglos bautizaban a sus hijos, conforme a la Tradición recibida de los Apóstoles, a quienes el Señor mismo mandó a bautizar a todos los pueblos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19), por supuesto incluyendo a los niños, porque la promesa es para los padres y sus hijos (cf. Hech 2,39).
Autor: Fernando H. Lee
- Anterior:
¿Cómo dialogar con los hermanos separados? - Siguiente:
¿Por qué hay que creer en la Biblia?