🛡 Fortaleza en la fe

¿Por qué hay que creer en la Biblia?

¿Por qué hay que creer en la Biblia? Hay que creer en la Biblia porque es el único libro en el mundo cuyo Autor principal es Dios —Creador de los cielos y la tierra—, quien de una manera libre, y movido por su inmenso amor y bondad, habla a los hombres como amigos, en palabras humanas, mediante la Biblia, que es un conjunto de 73 libros inspirados que transmiten la Palabra de Dios; la cual contiene la sabiduría de Dios (inmensamente superior a la de los hombres), necesaria para orientar la vida del ser humano hacia su destino final: la salvación eterna.

“Por amor, Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea sobre el sentido y la finalidad de su vida” (CIC, n. 68).

Bien podríamos decir que la Biblia es una carta de amor de Dios escrita a los hombres de todos los tiempos y de todos lugares sin distinción.

“en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos” (Dei Verbum, n. 21).

Pues su “Ser mismo es Verdad y Amor” (cf. CIC n. 231), y por amor nos ha escrito, ya que su amor por nosotros es aún más fuerte que el de una madre por sus hijos (cf. Is 49,14-15).

“Si Dios existe y es amor, es bastante lógico concluir que se haya revelado; si Dios existe y nos ama, lo lógico es que se revele. Porque un Padre no se queda con los brazos cruzados y mudo, viendo que sus hijos, pues, se pierden por el camino, sino que habla, viene en nuestra búsqueda, sale en nuestra acogida” (Mons. Munilla, ¿Existe Dios? Dialogo-Debate Mons. Munilla / D. Jesús Herrero).

Por eso, debemos leer su Palabra, como proveniente del más amoroso de los padres, quien para nuestro bien y el de todos quiere enseñarnos a vivir en el amor y la verdad, ya que sólo el amor permanecerá para siempre y solo la verdad nos hace libres (cf. Jn 8,32).

Los siguientes 5 puntos nos ayudarán a entender mejor por qué hay que creer en la Biblia:

1. La Biblia enseña la verdad

Hay que creer en la Biblia porque su verdad está garantizada por Dios, quien, siendo la Verdad misma, no puede errar, ni mentir o engañar, ni contradecirse o negarse a sí mismo (cf. 2 Tim 2,13), por tanto, la Biblia nos enseña la verdad, así que podemos creer en cada una de las cosas que Dios quiso revelarnos para nuestra salvación en ella como indudablemente verdaderas.

Dios es la fuente de toda verdad (cf. Pr 8,7), por lo que su Palabra es verdad (cf. Pr 8, 7; 2 Sam 7, 28), su ley es verdad (cf. Sal 119,142), y su verdad es eterna e incambiable (cf. Sal 119,89-90; Is 40,8), lo que significa que su verdad es firme y segura, ya que no depende de las modas o corrientes filosóficas cambiantes de cada época, por lo que podemos confiar plenamente en ella. En efecto, la Palabra de Dios es la roca firme en la que debemos reflexionar cotidianamente y sobre la cual podemos construir nuestra vida con seguridad.

“Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra de Dios en todas las cosas” (CIC, n. 215).

2. La Biblia fue Inspirada por Dios

Dios es el autor de la Biblia, sin embargo, la Biblia no es un libro caído del cielo. Dios ha comunicado sus verdades por medio de hombres elegidos, quienes, inspirados por el Espíritu Santo, utilizó como verdaderos autores, usando su talento, su cultura, su sensibilidad y sus límites, para escribir cada uno de los libros que la componen, y así hablarnos a la manera humana.

“en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería” (Dei Verbum, n. 11).

Entonces, hay que creer en la Biblia porque Dios, el Creador de todo y de todos, nos ha realmente hablado de modo humano, a través de los autores que inspiró. Lo cual hace que la Biblia sea el libro más importante en el mundo entero sin comparación alguna, ya que cada una de sus páginas fueron escritas bajo la inspiración del Espíritu Santo, por lo que nos enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, el plan de salvación de Dios para la humanidad a través de Jesucristo, su Hijo.

“como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación. Así, pues, “toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra buena” (2 Tim., 3,16-17)” (Dei Verbum, n. 11).

3. La Biblia es un libro históricamente confiable

La Biblia (del griego ‘biblos’ que significa ‘libros’) es un conjunto de 73 libros inspirados, divididos en Antiguo Testamento (46 libros antes de la venida de Cristo) y Nuevo Testamento (27 libros desde la venida de Cristo), escritos en hebreo, arameo, y griego (koiné), en un periodo de poco más de mil años.

Ahora bien, hay que creer en la Biblia porque es un libro históricamente confiable y rigurosamente fiel, ya que se trata del manuscrito más copiado de la antigüedad y el más conservado en toda la historia. Así lo prueban sus miles de antiguos manuscritos conservados, en hebreo, griego, latín y otras lenguas. Estas copias conservadas desde antaño nos aseguran la confiabilidad y autenticidad de la Biblia, como sucede con cualquier otro libro histórico.

Por ejemplo, tenemos el códice Sinaítico, un manuscrito del siglo IV d.C., el cual es uno de los manuscritos más antiguos y completos de la Biblia en griego, y se conserva en la Biblioteca Británica en Londres. Luego tenemos el Códice Vaticanus, también del siglo IV, que se encuentra en la Biblioteca Vaticana. Sin mencionar los cientos de manuscritos del Mar Muerto o rollos de Qumrán (descubiertos en las cuevas de Qumrán, Palestina), catalogados como los fragmentos bíblicos más antiguos del mundo, ya que pertenecen a un periodo de entre 250 a.C. y 66 d.C. En comparación con el manuscrito más antiguo de la Antigüedad Clásica que se tiene de las obras de Virgilio, 350 años después de su muerte, en el caso de Platón 1300 años, y nadie duda de la autenticidad de ser copias de las obras de esos autores.

4. La Biblia contiene el mensaje salvífico de Jesús

Tras haber hablado por medio de los profetas, Dios ha pronunciado su palabra definitiva mediante su Hijo Jesús (su Palabra hecha carne):

“Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo” (Hb 1,1-2 BPD).

En efecto, Dios se reveló plena y definitivamente a la humanidad a través de Jesucristo, su Verbo e Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que es Dios mismo:

La plena y definitiva etapa de la Revelación de Dios es la que Él mismo llevó a cabo en su Verbo encarnado, Jesucristo, mediador y plenitud de la Revelación. (…) «Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar» (San Juan de la Cruz)” (Compendio CIC, n. 9).

Por tanto, hay que creer en la Biblia porque contiene el mensaje salvífico de Jesús, quien es la Palabra de Dios hecha carne (cf. Jn 1,14), la Verdad misma hecha hombre (Jn 14,6 BJ). Jesús se encarnó precisamente para conducirnos hacia la verdad, como Él mismo dijo: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18,37 BPD).

Ahora podemos entender porque los evangelios en el Nuevo Testamento (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) son “el corazón de la Biblia”, ya que estos son el testimonio principal de la vida y doctrina de Jesús; porque contienen sus principales enseñanzas, sus obras, su pasión, muerte y resurrección. Por el Evangelio, Dios se dirige a todas las personas de todos los tiempos como luz y salvación.

Por eso es tan importante conocer y meditar continuamente el Evangelio de Jesucristo y vivir conforme a él, porque es “la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf. Lc 15)” (CIC, n. 1846), y es “el poder de Dios para la salvación de todos los que creen” (Rom 1,16 BJ).

«La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento» (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo (cf. DV 20)” (CIC, n. 124).

5. La Biblia es fruto de la Iglesia que Cristo fundó

Jesucristo no escribió la Biblia, ni escribió ningún libro o carta a sus discípulos y Apóstoles, más bien, su enseñanza fue solamente oral; así que para que el Evangelio, que es Cristo mismo, llegara a todo el mundo, Jesús funda su única Iglesia en su apóstol Pedro (cf. Mt 16,18), para ser columna y fundamento de la verdad (cf. 1 Tim 3,15) y continuar con la misión que Él mismo había recibido de su Padre (cf. Jn 20,21; Jn 17,18), y le encarga a su Iglesia la misión de transmitir fielmente el Evangelio —la Buena Noticia— a todos los pueblos, hasta el fin de los tiempos, como fuente de toda verdad salvadora y toda norma de conducta (cf. Mt 28,19-20).

La misión de la Iglesia se llevó a cabo, encabezada por San Pedro y los apóstoles, quienes a su vez transmitieron íntegramente de viva voz y por escrito (2 Test 2,15; 3 Jn 1,13-14) a sus legítimos sucesores — el papa y los obispos—, todo lo que escucharon, vieron y aprendieron directamente de Jesús. A esta transmisión se le llama Tradición apostólica —es sagrada porque viene de los Apóstoles, estos de Cristo, y Cristo viene de Dios—.

“La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva” (CIC, n. 83).

En realidad, los primeros cristianos no tenían Biblia, por lo que es importante saber que la Biblia surgió de la Iglesia: “La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos (cf. DV 8,3). Esta lista integral es llamada «canon» de las Escrituras” (CIC, n. 120).

Así la Iglesia Católica en los concilios de los primeros siglos (Concilio de Roma del año 382, Concilio de Hipona en el 393, Concilio de Cártago en el 397) con la autoridad recibida por Cristo (cf. Mt 16,19) y con la asistencia y guía del Espíritu Santo (cf. Jn 16,13), definió la lista de los 73 libros Sagrados que componen la Biblia (el canon). De esta manera, la aceptación de la inspiración divina de los libros que componen la Biblia, se basa en la autoridad establecida por Jesús —verdadero Dios y verdadero hombre— que nos la asegura, y esa autoridad es la Iglesia Católica que Él personalmente fundó.

Entendiendo que la Biblia surgió de la Iglesia y no al revés, podemos apreciar mejor la importancia del oficio de conservar, interpretar y enseñar correctamente la Palabra de Dios oral o escrita (la Biblia), que por mandato divino le ha sido confiado los sucesores de los apóstoles: el Papa y los Obispos en comunión con él —el Magisterio de la Iglesia—.

“el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer” (Dei Verbum, n. 10).

Por tanto, hay que creer en la Biblia porque la Iglesia que Cristo personalmente fundó nos brinda seguridad y confianza para creer en ella, ya que el Magisterio durante más de dos mil años ha servido a la Palabra de Dios, guardando y exponiendo su mensaje con fidelidad, y nos da la correcta interpretación de las Sagradas Escrituras desde los tiempos apostólicos hasta ahora.

Aquí es donde se equivocan los protestantes y otros grupos, quienes siguiendo el “principio de libre interpretación de la Biblia” (introducido en el siglo XVI, el cual proclama que la autoridad final en cuanto la interpretación de la Sagrada Escritura recae en cada persona), rechazan la recta interpretación de la Escritura de la Iglesia que Cristo fundó, ignorando así las advertencias de San Pedro en las mismas Escrituras, para su propia perdición: “nadie puede interpretar por cuenta propia una profecía de la Escritura” (2 Pe 1,20 BPD); y sobre la interpretación de las cartas de San Pablo y la Escritura en general advirtió: “En ellas hay pasajes difíciles de entender, que algunas personas ignorantes e inestables interpretan torcidamente –como, por otra parte, lo hacen con el resto de la Escritura– para su propia perdición” (2 Pe 2,16 BPD).

Entonces, no debemos caer en la trampa de aceptar la Biblia y rechazar a la Iglesia que le dio origen (lo cual sería como aceptar la leche y rechazar la vaca). La libre interpretación de la Biblia desde sus inicios, solo ha dado origen al siempre creciente número de divisiones protestantes, tanto así que Martin Lutero, fundador de la Reforma protestante escribió:

Hay tantas sectas y creencias como cabezas. Aquel miembro no quiere tener nada que ver con el bautismo; otro niega el Sacramento; un tercero cree que hay otro mundo entre este y el Último Día. Algunos enseñan que Cristo no es Dios: unos dicen esto, otros aquello. Si un rústico, por rudo que sea, sueña o se imagina alguna cosa, ya se cree que ha oído el susurro del Espíritu Santo, y se cree que él mismo es un profeta” (Grisar, Lutero IV, 386ss).

En suma, Jesús no dejó una Biblia, dejó una Iglesia de la cual surgió la Biblia, por tanto, sólo la Iglesia Católica, con la legítima autoridad de Cristo, y con sus dos mil años de experiencia, nos puede dar la recta interpretación de la misma, y lo hace teniendo en cuenta, entre otros criterios, lo siguiente:

para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus palabras (cf. DV 12,1). (…) es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los «géneros literarios» usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo. (…) Pero, dado que la sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio de la recta interpretación , no menos importante que el precedente, y sin el cual la Escritura sería letra muerta: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (DV 12,3). El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró (cf. DV 12,3): 1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad de toda la Escritura». (…) 2. Leer la Escritura en «la Tradición viva de toda la Iglesia». (…) la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura (…) 3. Estar atento «a la analogía de la fe» (cf. Rm 12, 6). Por «analogía de la fe» entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación” (CIC, n. 109-114).

Conclusión

Concluimos que hay que creer en la Biblia porque es un libro históricamente confiable, cuyo Autor es Dios, la Verdad misma, quien nos garantiza su verdad. Y quien por amor nos ha escrito, por medio de hombres inspirados por el Espíritu Santo para enseñarnos a vivir en el amor y la verdad. Más aún, podemos confiar en la Biblia porque es fruto de la única Iglesia fundada por Jesucristo: la Iglesia Católica, la cual es columna y fundamento de la verdad, con el oficio de custodiar la correcta interpretación de la Biblia con la autoridad del Magisterio, y así, las enseñanzas de Jesucristo y su mensaje de salvación para la humanidad lleguen íntegramente hasta nuestros tiempos.

Autor: Fernando H. Lee