🛡 Fortaleza en la fe

¿Qué es el Purgatorio y quién lo inventó?

El purgatorio es un estado intermedio de purificación entre la muerte y el cielo, de los que mueren en gracia de Dios, pero, aunque están seguros de su salvación, aún no han sido purificados de toda imperfección (respecto a ciertas faltas ligeras), los cuales, mediante el sufrimiento temporal (distinto del sufrimiento eterno de los condenados), tienen la oportunidad de purificarse, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la gloria del cielo.

Todo pecado, incluso el venial, ofende a Dios y afecta negativamente nuestra relación con Él y con los demás, por esta razón, Dios en su infinita misericordia, mediante el sufrimiento temporal, busca rescatarnos de la muerte eterna, porque es necesario purificar todo pecado en esta vida o después de la muerte (en el estado que se llama Purgatorio), para así poder entrar a la vida eterna, ya que: “Nada impuro podrá entrar en ella” (Ap 21,27 BPD).

El purgatorio no es un invento, está en la Biblia

El purgatorio no es un invento de la Iglesia, de la edad media, o de persona alguna, sino que, como el cielo y el infierno, es parte de la revelación divina, por lo que se encuentra en la Biblia. Tal y como enseña San Gregorio Magno sobre el siguiente pasaje:

“Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro” (Mt 12,32 BJ).

En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este mundo, pero otras en el mundo futuro. (San Gregorio Magno, Diálogos 4, 39).

Por lo anterior, entendemos entonces que debe haber un lugar después de la muerte —el purgatorio—, donde es posible que algunos pecados sean perdonados, ya que Mt 12,32 no podría referirse al infierno, donde ya no hay perdón por los pecados, ni tampoco al cielo, donde solo entran aquellos que han sido purificados de todos sus pecados.

Ahora bien, aunque en la Biblia no aparece la palabra ‘purgatorio’, no por eso no existe, tal y como la palabra ‘Trinidad’ tampoco aparece, sin embargo, sí aparece la doctrina de la Santísima Trinidad —Dios Padre, Dios Hijo (Jesucristo) y Dios Espíritu Santo— en toda la Sagrada Escritura, y es un hecho que la mayoría de los protestantes creen en la Trinidad y la defienden como verdad absoluta. Así, apelando a la razón, la doctrina del purgatorio aparece en muchos textos de la Biblia sin emplear la palabra.

Por ejemplo, en las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña, encontramos que Jesús mismo nos enseña claramente que solo los limpios de corazón podrán ver a Dios (cf. Mt 5,8).

También, el libro del Apocalipsis menciona que los malvados, ni nada impuro, podrá entrar al Reino de los Cielos (cf. Ap 21,27).

Y en el trasfondo de Mt 5,25-26, encontramos que quien sea metido en la prisión (el Purgatorio), no podrá salir de ella (poder salir de la prisión implica un estado de sufrimiento temporal, distinto del castigo eterno que sufren los condenados en el infierno), hasta que pague el último centavo (la moneda de menor valor, hace referencia a que en el Purgatorio se paga por ciertas faltas ligeras —pecados veniales—).

Vemos entonces que la purificación de incluso los pecados veniales es necesaria para poder llegar limpios al cielo y así estar con Dios para siempre.

Por eso, el Apóstol San Pablo, en su primera carta a los Corintios, nos enseña que la purificación de los difuntos que se hallan en el estado de purgatorio se realiza por medio de un ‘fuego purificador’, lo cual, como comentamos, implica sufrimiento temporal —no equiparable al castigo eterno del infierno—, a fin de que se salven, por lo que esta purificación se basa en el amor.

“El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo. Sobre él se puede edificar con oro, plata, piedras preciosas, madera, pasto o paja: la obra de cada uno aparecerá tal como es, porque el día del Juicio, que se revelará por medio del fuego, la pondrá de manifiesto; y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida sobre el fundamento resiste la prueba, el que la hizo recibirá la recompensa; si la obra es consumida, se perderá. Sin embargo, su autor se salvará, como quien se libra del fuego” (1 Corintios 3,11-15 BPD).

Leamos ahora un comentario respecto al pasaje anterior, de Orígenes de Alejandría (c.184 - c.253), uno de los primeros y más importantes teólogos cristianos primitivos, quien, hace una alusión al Purgatorio en el siguiente texto:

“Si alguien parte de esta vida con faltas ligeras, es condenado al fuego que arrasa con todos los materiales combustibles y prepara el alma para el Reino de Dios donde nada impuro puede entrar. Porque si sobre el fundamento de Cristo haz edificado no solamente con oro, plata y piedras preciosas sino también con madera, pasto y paja (I Cor 3,12-13) ¿Qué esperas cuando tu alma sea separada del cuerpo? ¿Entrarás al cielo con tu madera, tu pasto, tu paja y tus impurezas al Reino de Dios? o, a causa de estos estorbos, ¿Permanecerás sin recibir tu recompensa por tu oro, plata y piedras preciosas? Ninguna de las dos cosas sería justa. Queda entonces que serás pasado por el fuego que consumirá todo lo inutil e impuro porque nuestro Dios llama a sus elegidos al “Fuego Purificador”. Pero este fuego consume no a la criatura sino a lo que la criatura ha hecho su madera, su pasto y su paja. Está de manifiesto que el fuego destruye la madera de nuestras transgresiones y así luego recibamos la recompensa por nuestros buenos trabajos”. (Patres Groeci. XIII, col. 445, 448 [A.D. 185-232]).

Pero en 1 Cor 3,14 también encontramos otra situación: cuando fallece un fiel creyente en gracia, y su obra al ser probada resiste, este se salva sin necesidad de pasar por el fuego del Purgatorio, el cual es mejor evitar. Ya que es importante saber que, aunque las almas que se purifican a través del fuego tienen certeza de su salvación, muchos Santos —San Agustín, Santo Tomás de Aquino, p. ej.— concuerdan en que este fuego será más doloroso que cualquier dolor que podamos padecer en esta vida. Llegando incluso a afirmar que el dolor más pequeño en el purgatorio es peor que el mayor sufrimiento en la tierra. Por lo que debemos pedirle a Dios su gracia para ser purificados en esta vida, de modo que no necesitemos pasar este fuego purificador.

“Señor, no me reprendas con tu indignación. Que no me halle entre aquellos a los que dirás: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Ni me corrijas con tu ira, sino purifícame en esta vida y transfórmame de modo tal, que no necesite ya el fuego corrector, como los que se han de salvar, aunque como pasados por el fuego. ¿Y esto por qué, sino porque edifican sobre el fundamento de leña, heno, paja? Que edifiquen sobre oro, plata, piedras preciosas, y estarán a salvo de uno y otro fuego; no sólo del eterno, que sin fin atormentará a los malvados, sino del que corregirá a los que se salvarán como pasando por fuego. Así es como se dice: Él sí se salvará, pero como quien pasa por fuego. Y al decir: se salvará, se le quita importancia a ese fuego. Pero también, aunque se salvaron por el fuego, será más doloroso que lo que el hombre pueda padecer en esta vida” (San Agustín, Exposición del Salmo 37, n. 3).

Los primeros cristianos y Padres de la Iglesia creían en el Purgatorio

Como se puede constatar, en los textos anteriores, y en otros textos históricos, los cristianos y Padres de la Iglesia de los primeros siglos creían en el Purgatorio y oraban por los muertos. Grandes escritores cristianos antiguos, tales como: Clemente de Alejandría (c.150 - c. 215), Tertuliano (c.160 - c.220), San Cipriano de Cartago (c.200 - 258), San Agustín (354 - 430), entre otros, creían y escribían sobre él.

Por lo tanto, las citas a continuación demuestran que el Purgatorio no fue inventado por el Papa San Gregorio Magno —como afirman algunos algunos herejes y apóstatas—, ya que él vivió entre el 540 y 604 d.C., años después que dichos autores.

Clemente de Alejandría (c.150 - c. 215):

“Los mayores tormentos son asignados al creyente porque la Justicia de Dios es buena y su bondad es justa y, estos castigos completan el curso de la expiación y purificación de cada uno” (Clemente de Alejandría, Stromata. IV,14).

Tertuliano (c.160 - c.220):

“Ciertamente, ella ruega por el alma de su marido. Pide que durante este intervalo él pueda hallar descanso y participar de la primera resurrección. Ofrece cada año el sacrificio en el aniversario de su dormición” (Tertuliano, La monogamia. 10).

San Cipriano de Cartago (c.200 - 258):

“Una cosa es pedir perdón, otra cosa alcanzar la gloria. Una cosa es estar prisionero sin poder salir hasta que haya sido pagado el último centavo y otra recibir al mismo tiempo el salario de la fe y el valor. Una cosa es ser torturado con el largo sufrimiento por los pecados, para ser limpiado y completamente purgado por el fuego, otra es haber sido purgado de todos los pecados por el sufrimiento. Una cosa es estar en suspenso hasta la sentencia de Dios en el Día del Juicio, otra ser coronado por el Señor” (San Cipriano de Cartago, Epístola 51,20).

San Agustín (354 - 430):

“No es increíble que algo semejante suceda después de esta vida, y puede investigarse si es manifiesto o no que algunos fieles se salven a través de un cierto fuego purificador, tanto más tarde o más pronto cuanto más o menos amaron las cosas perecederas; siempre que, sin embargo; no sean de aquellos de quienes está escrito que no poseerán el reino de Dios, a no ser que, convenientemente arrepentidos, les fueren perdonados sus crímenes. He dicho convenientemente para que no sean estériles en limosnas, a las cuales otorga tal gracia la divina Escritura, que el Señor predice que sólo éstas tomará en cuenta a los que están a la derecha, y la falta de ellas a los que están a la izquierda; porque a aquellos les dirá: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino; y a éstos: Id al fuego eterno (Mt 25,34.41)” (San Agustín, Manual de fe, esperanza y caridad XVIII, 69)

La oración por los difuntos es una importante obra de misericordia espiritual

Hoy en día muchos piensan equivocadamente que el cielo es el destino obligatorio de todos, que para salvarse tan solo basta: “creer en Cristo y vivir la vida haciendo lo que se quiera”, “ser buena persona —a su manera o en su propia opinión—”, “cumplir solo algunos mandamientos como no matar, no robar, etc.”, o “tener los sacramentos e ir de vez en cuando a misa o cuando les nazca”. Mientras que para llegar al cielo es necesario creer, conocer, acoger y esforzarnos por vivir cada día conforme al Evangelio de Jesús, con la ayuda del Espíritu Santo, quien nos purifica, eleva y santifica, es decir, nos prepara para ese encuentro definitivo con Cristo para alcanzar la vida eterna.

Otros incluso niegan la existencia del infierno —en contra de la fe y del Evangelio—, sin considerar que será el destino de aquellos que hayan rechazado la salvación y hayan vivido tan solo ocupados en sí mismos —en sus propios intereses y deseos—, de espaldas a los mandamientos, sin haber dado un testimonio de amor a Dios y al prójimo en su vida diaria y cotidiana.

Y qué podemos decir del Purgatorio que también ha sido olvidado por muchos, manteniendo la creencia equivocada —o el falso consuelo— de que sin lugar a duda, los seres queridos fallecidos ya están en el cielo —como si este fuera el destino obligatorio de todos, y como si el difunto hubiera vivido perfectamente la vida amando a Dios y al prójimo como a sí mismo—, sin detenerse a pensar que eso es algo que solo Dios sabe con certeza, y que podrían estar privando de la ayuda y de un cierto consuelo a su ser querido por medio de la oración; tal y como la Biblia nos enseña que Judas Macabeo hizo, cuando ayudó a los suyos, orando por ellos, en el siguiente pasaje:

“Y después de haber recolectado entre sus hombres unas dos mil dracmas, las envió a Jerusalén para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. El realizó este hermoso y noble gesto con el pensamiento puesto en la resurrección, porque si no hubiera esperado que los caídos en la batalla iban a resucitar, habría sido inútil y superfluo orar por los difuntos. Además, él tenía presente la magnífica recompensa que está reservada a los que mueren piadosamente, y este es un pensamiento santo y piadoso. Por eso, mandó ofrecer el sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran librados de sus pecados” (2 Mac 12,43-45 BPD).

En efecto, la oración por los difuntos es una importante obra de misericordia espiritual; es un hermoso y noble gesto que puede ayudar a las almas a ser purificadas de sus pecados para llegar al cielo.

“La oración por los muertos se justifica por la resurrección. Para Dios todos estamos vivos, pues es el Dios de los vivos, no de los muertos (Lc 20,38)” (Biblia Magaña, comentario sobre 2 Mac 12,46).

Además de la oración, otras formas de ayudarlos, son las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor suyo, como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica actual (cf. n. 1032; 1498), y su Compendio:

“En virtud de la comunión de los santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de penitencia” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 211).

Ofrecer Santas Misas por los difuntos, es el medio más eficaz para ayudarlos —porque no hay nada más poderoso y precioso que la ofrenda de inmolación de nuestro Señor Jesucristo sobre el altar— (he aquí un testimonio). Pero además podemos ofrecer el Santo Rosario por las benditas almas del purgatorio; y podemos ganar y aplicar indulgencias plenarias en favor de ellos —las cuales suprimen plenamente la pena que se debe pagar por los pecados—.

“Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias” (CIC can 994).

Así que no dudemos en ayudar a nuestros fieles difuntos, con los medios que la Iglesia nos propone y ofrece. Cómo desde los tiempos de la Iglesia primitiva nos anima a hacer el gran predicador y Padre de la Iglesia San Juan Crisóstomo:

“Ayudémoslos y conmemorémoslos. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre [Job 1:5], ¿por qué dudaríamos de que nuestras ofrendas por los muertos les traigan algún consuelo? No dudemos en ayudar a los que han muerto y en ofrecer nuestras oraciones por ellos” (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los primeros corintios 41:5 [392 d.C.]).

Conclusión

El purgatorio es una purificación final, que los fieles difuntos en estado de gracia, pero, aún no purificados de toda imperfección, necesitarán para disfrutar eternamente de la gloria del cielo; la cual puede ser asistida por las oraciones y ofrendas en favor suyo.

Así como el cielo y el infierno, el purgatorio es real porque está fundamentado en la Biblia, por lo que no es un invento de la Iglesia Católica, de San Gregorio Magno (quien vivió entre el 540 y 604 d.C.), o de nadie; ya que además existe mucha evidencia histórica que comprueba que los primeros cristianos y Padres de la Iglesia (como San Agustín, quien vivió del 354 al 430 d.C.) creían en él y oraban por los muertos.

Por lo que, como verdaderos cristianos católicos, debemos creer en él, y no dejarnos engañar por quienes enseñan que no existe, con teorías y mentiras hábiles que surgieron a partir de la reforma protestante en el año 1517 por Martín Lutero.

Más aún, debemos esforzarnos, con la gracia de Dios, por vivir cada día conforme al Evangelio de Jesús —la fe, por amor, puesta en obras de misericordia—, para que seamos dignos de alcanzar la gloria del cielo, sin pasar por el Purgatorio. ¡Y una importante obra de misericordia espiritual es rezar por los difuntos!

Así que no privemos a las almas del purgatorio de la ayuda y del consuelo de nuestras oraciones, ofrendas y obras en su favor, ya sea por no creer en él, por pensar equivocadamente que alguien lo inventó, por no creer en los medios que la Iglesia propone y ofrece para ayudarlos, o por simplemente asumir que ya están en el cielo y no necesitan ayuda alguna, ya que eso es algo que solo Dios sabe.

“Una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios” (San Agustín).

Aquí te dejamos una oración de San Agustín por las almas del purgatorio.

Autor: Fernando H. Lee