¿Qué es el Purgatorio y quién lo inventó?
¿Entonces qué pasa si tenemos ciertas faltas ligeras (pecados veniales) y morimos?, ya que estas faltas no son algo que nos aleje de Dios como para merecer el infierno (como sucede con los pecados mortales). ¿Y cómo se purifican estas faltas ligeras? La respuesta es que estas faltas ligeras se purifican en el purgatorio. También debemos recordar que incluso los pecados que han sido perdonados en la confesión, tienen una “pena temporal” que requiere una reparación por justicia, la cual, si no es satisfecha en vida, deberá ser reparada en el purgatorio (cf. Mt 5,25-26).
“el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama la “pena eterna” del pecado. Por otra parte, todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la “pena temporal” del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado. Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena (cf Concilio de Trento: DS 1712-13; 1820)” (CIC, n. 1472).
¿Quién inventó el Purgatorio?
El purgatorio no es un invento, su enseñanza se basa en la revelación de Dios en la Biblia (ver Mt 12,32; 1 Cor 3,11-15; 2 Mac 12,43-45; Mt 5,25-26; Mateo 18,34-35). Aunque en la Biblia no aparece la palabra ‘purgatorio’, no por eso no existe, la doctrina del purgatorio aparece en muchos textos de la Biblia sin emplear la palabra. Tal y como la palabra ‘Trinidad’ tampoco aparece, sin embargo, sí aparece la doctrina de la Santísima Trinidad en la Biblia (ver Mt 3,16-17; 2 Cor 13,13; Mt 28,19; Jn 14,16; 1 Jn 5,7-8), y es un hecho que la mayoría de los protestantes creen en la Trinidad y la defienden como verdad absoluta.
Por lo tanto, el purgatorio no es un invento del Papa Gregorio Magno (o Gregorio el Grande), ni de Dante Alighieri; tampoco es un invento de la Iglesia, o de la edad media. Más bien, el purgatorio forma parte de la Revelación divina, como el cielo y el infierno, por lo que se encuentra en la Biblia, como veremos en las citas bíblicas sobre el purgatorio contenidas en este artículo.
En las palabras del mismo Señor Jesús a continuación, podemos deducir que hay ciertas faltas que pueden ser perdonadas en el otro mundo, después de la muerte:
“Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro” (Mt 12,32 BJ).
Entendemos entonces que debe haber un lugar después de la muerte —el purgatorio—, donde es posible que algunos pecados sean perdonados, ya que Mateo 12,32 no podría referirse al infierno, donde ya no hay perdón por los pecados, ni tampoco al cielo, donde solo entran aquellos que han sido purificados de todos sus pecados (cf. Mt 5,8; Ap 21,27).
Porque al cielo solo se puede entrar enteramente limpio, como enseña Jesús en las bienaventuranzas del Sermón de la montaña: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8 BJ). También, el libro del Apocalipsis menciona que los malvados, ni nada impuro, podrá entrar la Ciudad Santa de Dios: “Nada impuro podrá entrar en ella” (Ap 21,27 BPD). Más aún, sólo podrá permanecer ahí quien tenga el vestido digno del banquete celestial (cf. Mt 22,1-13), que son las buenas obras de los santos (cf. Ap 19,8).
También encontramos el purgatorio en el trasfondo de las palabras del Señor en Mt 5,25-26, donde se menciona que quien sea metido en la prisión (el purgatorio), no podrá salir de ella (poder salir de la prisión implica un estado de sufrimiento temporal, distinto del castigo eterno que sufren los condenados en el infierno), hasta que pague el último centavo (la moneda de menor valor, hace referencia a que en el purgatorio se paga por ciertas faltas ligeras —pecados veniales—).
“Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo” (Mt 5,25-26 BPD).
De manera similar, el Señor, en la parábola de Mateo 18,23-35, menciona que un hombre que acababa de recibir el perdón de su deuda por parte del rey, es, a su vez, incapaz de perdonar a su deudor, por lo que es entregado a los verdugos, hasta que pague toda su deuda, lo cual significa un castigo temporal en el purgatorio y no eterno.
“E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos” (Mateo 18,34-35 BPD).
Vemos entonces que la purificación de incluso los pecados veniales es necesaria para poder llegar limpios al cielo y así estar con Dios para siempre. “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador” (CIC, n. 1031).
Por eso, el Apóstol San Pablo, en 1 Cor 3,11-15, nos enseña que la purificación de las almas del purgatorio se realiza por medio de un ‘fuego purificador’, lo cual, como comentamos, implica sufrimiento temporal —no equiparable al castigo eterno del infierno—, a fin de que se salven, por lo que esta purificación se basa en el amor.
“Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquél, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. El, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego” (1 Cor 3,11-15 BJ).
Leamos ahora un comentario respecto al pasaje anterior, de Orígenes de Alejandría (c.184 - c.253), uno de los primeros y más importantes teólogos cristianos primitivos, quien, hace una alusión al Purgatorio en el siguiente texto:
“Si alguien parte de esta vida con faltas ligeras, es condenado al fuego que arrasa con todos los materiales combustibles y prepara el alma para el Reino de Dios donde nada impuro puede entrar. Porque si sobre el fundamento de Cristo haz edificado no solamente con oro, plata y piedras preciosas sino también con madera, pasto y paja (I Cor 3,12-13) ¿Qué esperas cuando tu alma sea separada del cuerpo? ¿Entrarás al cielo con tu madera, tu pasto, tu paja y tus impurezas al Reino de Dios? o, a causa de estos estorbos, ¿Permanecerás sin recibir tu recompensa por tu oro, plata y piedras preciosas? Ninguna de las dos cosas sería justa. Queda entonces que serás pasado por el fuego que consumirá todo lo inutil e impuro porque nuestro Dios llama a sus elegidos al “Fuego Purificador”. Pero este fuego consume no a la criatura sino a lo que la criatura ha hecho su madera, su pasto y su paja. Está de manifiesto que el fuego destruye la madera de nuestras transgresiones y así luego recibamos la recompensa por nuestros buenos trabajos”. (Patres Groeci. XIII, col. 445, 448 [A.D. 185-232]).
Pero en 1 Cor 3,14 también encontramos otra situación: cuando fallece un fiel creyente en gracia, y su obra al ser probada resiste, este se salva sin necesidad de pasar por el fuego del Purgatorio, el cual es mejor evitar. Ya que es importante saber que, aunque las almas que se purifican a través del fuego tienen certeza de su salvación, muchos santos como San Agustín y Santo Tomás de Aquino, concuerdan en que este fuego será más doloroso que cualquier dolor que podamos padecer en esta vida. Llegando incluso a afirmar que el dolor más pequeño en el purgatorio es peor que el mayor sufrimiento en la tierra. Por lo que debemos pedirle a Dios su gracia para ser purificados en esta vida, de modo que no necesitemos pasar este fuego purificador.
“Señor, no me reprendas con tu indignación. Que no me halle entre aquellos a los que dirás: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Ni me corrijas con tu ira, sino purifícame en esta vida y transfórmame de modo tal, que no necesite ya el fuego corrector, como los que se han de salvar, aunque como pasados por el fuego. ¿Y esto por qué, sino porque edifican sobre el fundamento de leña, heno, paja? Que edifiquen sobre oro, plata, piedras preciosas, y estarán a salvo de uno y otro fuego; no sólo del eterno, que sin fin atormentará a los malvados, sino del que corregirá a los que se salvarán como pasando por fuego. Así es como se dice: Él sí se salvará, pero como quien pasa por fuego. Y al decir: se salvará, se le quita importancia a ese fuego. Pero también, aunque se salvaron por el fuego, será más doloroso que lo que el hombre pueda padecer en esta vida” (San Agustín, Exposición del Salmo 37, n. 3).
Los primeros cristianos y Padres de la Iglesia creían en el Purgatorio
Como se puede constatar, en los textos anteriores, y en otros textos históricos, los cristianos y Padres de la Iglesia de los primeros siglos creían en el purgatorio y oraban por los muertos. Grandes escritores cristianos antiguos, como: Clemente de Alejandría (c.150 - c. 215), Tertuliano (c.160 - c.220), San Cipriano de Cartago (c.200 - 258), San Agustín (354 - 430), entre otros, creían y escribían sobre él.
Por lo tanto, las citas a continuación demuestran que el Purgatorio no fue inventado por el Papa San Gregorio Magno —como afirman algunos herejes y apóstatas—, ya que él vivió entre el 540 y 604 d.C., años después que dichos autores. También, claramente demuestran que el purgatorio no podría ser un inventó del escritor de la divina comedia, Dante Alighieri, quien también vivió años después 1265-1321 d.C.
Clemente de Alejandría (c.150 - c. 215):
“Los mayores tormentos son asignados al creyente porque la Justicia de Dios es buena y su bondad es justa y, estos castigos completan el curso de la expiación y purificación de cada uno” (Clemente de Alejandría, Stromata. IV,14).
Tertuliano (c.160 - c.220):
“Ciertamente, ella ruega por el alma de su marido. Pide que durante este intervalo él pueda hallar descanso y participar de la primera resurrección. Ofrece cada año el sacrificio en el aniversario de su dormición” (Tertuliano, La monogamia. 10).
San Cipriano de Cartago (c.200 - 258):
“Una cosa es pedir perdón, otra cosa alcanzar la gloria. Una cosa es estar prisionero sin poder salir hasta que haya sido pagado el último centavo y otra recibir al mismo tiempo el salario de la fe y el valor. Una cosa es ser torturado con el largo sufrimiento por los pecados, para ser limpiado y completamente purgado por el fuego, otra es haber sido purgado de todos los pecados por el sufrimiento. Una cosa es estar en suspenso hasta la sentencia de Dios en el Día del Juicio, otra ser coronado por el Señor” (San Cipriano de Cartago, Epístola 51,20).
San Agustín (354 - 430):
“No es increíble que algo semejante suceda después de esta vida, y puede investigarse si es manifiesto o no que algunos fieles se salven a través de un cierto fuego purificador, tanto más tarde o más pronto cuanto más o menos amaron las cosas perecederas; siempre que, sin embargo; no sean de aquellos de quienes está escrito que no poseerán el reino de Dios, a no ser que, convenientemente arrepentidos, les fueren perdonados sus crímenes. He dicho convenientemente para que no sean estériles en limosnas, a las cuales otorga tal gracia la divina Escritura, que el Señor predice que sólo éstas tomará en cuenta a los que están a la derecha, y la falta de ellas a los que están a la izquierda; porque a aquellos les dirá: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino; y a éstos: Id al fuego eterno (Mt 25,34.41)” (San Agustín, Manual de fe, esperanza y caridad XVIII, 69).
Nota: los anteriores textos son una pequeña muestra de los muchos textos que existen, los cuales prueban que los primeros cristianos creían en el purgatorio y oraban por sus difuntos.
La oración por los difuntos es una importante obra de misericordia espiritual
Hoy en día muchos equivocadamente piensan que el cielo es el destino obligatorio, automático o por defecto de todos, que para salvarse tan solo basta: “creer en Cristo y vivir la vida haciendo lo que se quiera”, “ser buena persona —a su manera o en su propia opinión—”, “cumplir solo algunos mandamientos como no matar, no robar, etc.”, o “tener los sacramentos e ir de vez en cuando a misa o cuando les nazca”. Mientras que para llegar al cielo se necesita creer en Cristo y obediencia (ver Mt 7,21; Stgo 2,14-26). No basta la fe en Cristo para salvarse, se necesita una vida en conformidad con su enseñanza (ver Lc 6,46).
Otros incluso niegan la existencia del infierno, en contra de la fe y del Evangelio, ya que el Señor mismo lo menciona muchas veces (p. ej. Mat. Mt 25,41-42). Sin considerar que éste será el destino de aquellos que hayan elegido rechazar y alejarse de Dios, viviendo en desobediencia al Evangelio, sin guardar los mandamientos, tan solo ocupados en sí mismos —en sus propios intereses y deseos—, sin haber dado un testimonio de amor a Dios y al prójimo en su vida.
San Pío X enseñó que “estamos obligados a guardar los mandamientos, porque todos hemos de vivir según la voluntad de Dios, que nos ha creado, y basta quebrantar gravemente uno solo para merecer el infierno” (Catecismo Mayor, n. 348).
Sin embargo, la Iglesia enseña que: “Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que “quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión” (2 P 3, 9)” (CIC n. 1037).
Y qué podemos decir del Purgatorio que también ha sido olvidado por muchos, manteniendo la creencia equivocada —o el falso consuelo— de que sin lugar a duda, los seres queridos fallecidos ya están en el cielo —como si este fuera el destino obligatorio de todos, y como si el difunto hubiera vivido perfectamente una vida de fe y caridad en conformidad con la enseñanza de Cristo—, sin detenerse a pensar que eso es algo que solo Dios sabe con certeza, y que podrían estar privando de la ayuda y de un cierto consuelo a su ser querido por medio de la oración; tal y como la Biblia nos enseña que Judas Macabeo hizo, cuando ayudó a los suyos, orando por ellos, en el siguiente pasaje:
“Y después de haber recolectado entre sus hombres unas dos mil dracmas, las envió a Jerusalén para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. El realizó este hermoso y noble gesto con el pensamiento puesto en la resurrección, porque si no hubiera esperado que los caídos en la batalla iban a resucitar, habría sido inútil y superfluo orar por los difuntos. Además, él tenía presente la magnífica recompensa que está reservada a los que mueren piadosamente, y este es un pensamiento santo y piadoso. Por eso, mandó ofrecer el sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran librados de sus pecados” (2 Mac 12,43-45 BPD).
Encontramos también un ejemplo de oración por los difuntos en el Nuevo Testamento, del mismo San Pablo, quien pide a Dios en favor de Onesíforo, ya difunto.
“Que el Señor conceda misericordia a la familia de Onesíforo, pues me alivió muchas veces y no se avergonzó de mis cadenas, sino que, en cuanto llegó a Roma, me buscó solícitamente y me encontró. Concédale el Señor encontrar misericordia ante el Señor aquel Día” (2 Tim 1,16-19 BJ).
En el pasaje anterior vemos que San Pablo primero pide en favor de su familia y luego de él, lo que significa que ya había fallecido. Esto se confirma en la misma carta más adelante donde Pablo envía saludos a la familia de Onesíforo: “Saluda a Prisca y Aquila y a la familia de Onesíforo” (2 Tim 4,19 BJ), distinguiendo claramente la situación de Onesíforo de la de Prisca y Aquila, quienes estaban aún vivos.
En efecto, la oración por los difuntos es una importante obra de misericordia espiritual; es un hermoso y noble gesto que puede ayudar a las almas a ser purificadas de sus pecados para llegar al cielo.
“La oración por los muertos se justifica por la resurrección. Para Dios todos estamos vivos, pues es el Dios de los vivos, no de los muertos (Lc 20,38)” (Biblia Magaña, comentario sobre 2 Mac 12,46).
Además de la oración, otras formas de ayudar a los difuntos durante su tiempo de purificación, son las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor suyo, como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica actual (cf. n. 1032; 1498), y su Compendio:
“En virtud de la comunión de los santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de penitencia” (Compendio CIC, n. 211).
Ofrecer Santas Misas por los difuntos, es el medio más eficaz para ayudarlos —porque no hay nada más poderoso y precioso que la ofrenda de inmolación de nuestro Señor Jesucristo sobre el altar— (he aquí un testimonio). Pero además podemos ofrecer el Santo Rosario por las benditas almas del purgatorio; y podemos ganar y aplicar indulgencias plenarias en favor de ellos —las cuales suprimen plenamente la pena que se debe pagar por los pecados—.
¿Qué son las indulgencias?
““La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (Pablo VI, Const. ap. Indulgentiarum doctrina, normas 1). “La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente” (Indulgentiarum doctrina, normas 2). “Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias” (CIC can 994)” (CIC, n. 1471).
Nota: Para saber más, te recomendamos el siguiente artículo: Todo sobre la indulgencia plenaria.
Así que no dudemos en ayudar a nuestros fieles difuntos, con los medios que la Iglesia nos propone y ofrece. Cómo desde los tiempos de la Iglesia primitiva nos anima a hacer el gran predicador y Padre de la Iglesia San Juan Crisóstomo:
“Ayudémoslos y conmemorémoslos. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre [Job 1:5], ¿por qué dudaríamos de que nuestras ofrendas por los muertos les traigan algún consuelo? No dudemos en ayudar a los que han muerto y en ofrecer nuestras oraciones por ellos” (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los primeros corintios 41:5 [392 d.C.]).
Conclusión
El purgatorio es una purificación final, que los fieles difuntos en estado de gracia, pero, aún no purificados de toda imperfección, necesitarán para disfrutar eternamente de la gloria del cielo; la cual puede ser asistida por las oraciones y ofrendas en favor suyo.
Así como el cielo y el infierno, el purgatorio es real porque está fundamentado en la Biblia, por lo que no es un invento de la Iglesia Católica, de San Gregorio Magno (quien vivió entre el 540 y 604 d.C.), o de nadie; ya que además existe mucha evidencia histórica que comprueba que los primeros cristianos y Padres de la Iglesia (como San Agustín, quien vivió del 354 al 430 d.C.) creían en él y oraban por los muertos.
Por lo que, como verdaderos cristianos católicos, debemos creer en él, y no dejarnos engañar por quienes enseñan que no existe, con teorías y mentiras hábiles que surgieron a partir de la reforma protestante en el año 1517 por Martín Lutero.
Más aún, debemos esforzarnos, con la gracia de Dios, por vivir cada día conforme al Evangelio de Jesús —la fe, por amor, puesta en obras de misericordia—, para que seamos dignos de alcanzar la gloria del cielo, sin pasar por el purgatorio. ¡Y una importante obra de misericordia espiritual es rezar por los difuntos!
Así que no privemos a las almas del purgatorio de la ayuda y del consuelo de nuestras oraciones, ofrendas y obras en su favor, ya sea por no creer en él, por pensar equivocadamente que alguien lo inventó, por no creer en los medios que la Iglesia propone y ofrece para ayudarlos, o por simplemente asumir que ya están en el cielo y no necesitan ayuda alguna, ya que eso es algo que solo Dios sabe.
“Una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios” (San Agustín).
Aquí te dejamos una oración de San Agustín por las almas del purgatorio.
Autor: Fernando H. Lee
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