¿Es Jesús Dios? Sí, lo dice la Biblia
En este artículo presentaremos una lista —siempre limitada— de versículos como los anteriores, en donde la Biblia dice o enseña que Jesús es Dios. Y también mostraremos algunos textos que demuestran que los primeros cristianos creían y enseñaban que Jesús es Dios.
Pero antes de comenzar, conviene recordar y tener presentes algunas verdades fundamentales que facilitarán la lectura y comprensión:
Hay un solo Dios verdadero en tres Personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (la Santísima Trinidad), que son un único Dios, debido a una única naturaleza divina. Por lo que, “Profesar que Jesús y el Espíritu Santo son también Dios y Señor no introduce división alguna en el Dios Único” (CCIC, n. 37).
Se revela claramente el misterio Trinitario en el mandato de Jesús a los discípulos de bautizar a todos los pueblos en el nombre de la Trinidad: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19 BPD). También, en el bautismo de Jesús se manifiesta la Santísima Trinidad: el Padre que habla del cielo, Jesús, el Hijo hecho hombre, y el Espíritu Santo que desciende sobre Él en forma de paloma (cf. Mt 3,16-17; Mc 1,9-11; Lc. 3,22; Jn 1,32).
Ahora bien, Jesucristo es Dios Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, quien por obra del Espíritu Santo “se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios” (CIC n. 464), en el seno de la Santísima Virgen María (el misterio de la Encarnación). Entonces, Jesús es a la vez Dios y hombre desde el momento de su concepción: la Persona que nace de María es Dios y hombre verdadero (por tanto, María es Madre de Dios). Por eso profesamos que “Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su Persona divina” (CIC, n. 480).
“El Señor Jesús, como Dios, existe desde siempre porque es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; y como hombre, existe desde la Encarnación. (…) en Jesucristo hay una sola Persona que es divina, con dos naturalezas: la divina y la humana” (Catecismo Básico: El Plan de Reconciliación: El Señor Jesús).
Con lo anterior podemos entender claramente que, en los evangelios, hay algunos textos se refieren a Jesús como Dios, y otros a Jesús como hombre. Por ejemplo, cuando realiza milagros, lo hace en virtud de su naturaleza divina. Y, cuando experimenta cansancio, hambre, sed o dolor, lo hace en virtud de su naturaleza humana.
Hay versículos bíblicos que se refieren a su naturaleza divina, como cuando Jesús dice: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30 CEE) —son Uno, porque el Padre y el Hijo son de la misma naturaleza divina: el Padre es Dios, el Hijo es Dios—.
Y otros que refieren a su naturaleza humana, como cuando Jesús dice: “el Padre es mayor que yo” (Jn 14,28 CEE). Aludiendo a este versículo explica San Juan Pablo II: “Y en esta situación de hombre, de siervo del Señor, libremente aceptada, proclamaba: “El Padre es mayor que yo” (Jn 14, 28), y: “Yo hago siempre lo que es de su agrado” (Jn 8, 29)” 1.
A este respecto, comenta San Agustín: “Cristo es Dios y hombre. En cuanto Dios, dice: Yo y el Padre somos uno. En cuanto hombre dice: El Padre es mayor que yo. Es Hijo de Dios, Unigénito del Padre, y es hijo del hombre, del linaje de David según la carne. Por lo tanto, cuando El habla o la Escritura habla de Él, hay que atender a ambos puntos, a lo que se dice y al aspecto en que se dice” (San Agustín - Carta 187, n. 8).
Cabe entonces advertir que hay sectas (como los mormones y los testigos de Jehová), las cuales niegan la Trinidad —“el misterio central de la fe y de la vida cristiana (CIC, n. 261)”— y, por ende, niegan la divinidad de Jesús. Es decir, no confiesan que nuestro Señor Jesucristo sea “Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre” (Credo de Nicea - Constantinopla), y por lo tanto no pueden considerarse cristianos.
“Los Testigos de Jehová niegan la divinidad de Cristo, y para ello han hecho una traducción de la Biblia que llaman del Nuevo Mundo, donde introducen palabras que no están en el texto original y que cambian el sentido de las frases en que se habla de la divinidad de Cristo. (…) Todos los textos que los Testigos de Jehová citan para quitar a los católicos la fe en Cristo-Dios, se refieren a Cristo-Hombre. Ignorar los textos en que se afirma la divinidad de Cristo es no conocer la Biblia; o querer engañar, que es peor” (P. Jorge Loring, Compendio para Salvarte, Divinidad de Cristo, n. 32,12).
Teniendo en cuenta lo anterior, pasemos ahora a las citas bíblicas.
La Biblia dice que Jesús es Dios
A continuación, te presentamos una lista —siempre limitada— de versículos de la Biblia que dicen que Jesús es Dios:
1. Tomás confiesa a Jesús como “Dios mío”
Es muy conocida la escena de incredulidad del apóstol Tomás (cf. Jn 20,24-29), que en un primero momento no había creído que Jesús había resucitado, porque se había aparecido en su ausencia a sus discípulos. Entonces Tomás les dijo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20,25).
Ocho días después, esta vez estando Tomás presente, Jesús vuelve a aparecerse y le dice: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27). Entonces Tomás, al ver a Jesús resucitado, exclamó maravillado y convencido:
“Señor mío y Dios mío” (Juan 20,28).
Esta es “la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento” 2, dicha no por cualquier persona, sino por uno de sus doce Apóstoles, quienes fueron testigos directos y oculares de Jesús (cf. 1 Jn 1,1-3; 4,14).
Respecto a esta maravillosa profesión de fe, el gran padre de la Iglesia San Agustín comenta:
Tomás “veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien ni veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba lo llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado” (In Iohann. 121, 5).
Es de notar que Jesús —su Maestro (cf. Jn 13,13)— no corrigió a Tomás cuando lo llamó explícitamente “Dios”, siendo que, como Maestro, tendría el deber de hacerlo si una afirmación de tal magnitud fuera falsa. Sino más bien aceptó ambos títulos —“Señor” y “Dios”—, con los que Tomás confesaba su divinidad.
“(Tomás) era un hombre obstinado. Pero, el Señor quiso precisamente a un obstinado para hacernos entender una cosa muy muy grande . Tomás vio al Señor, fue invitado a meter el dedo en la herida de los clavos; puso la mano en el costado y no dijo: ‘Es verdad: ¡el Señor ha resucitado’. ¡No! Fue más allá. Dijo: ‘¡Dios!’ El primero de los discípulos en hacer la confesión de la divinidad de Cristo, después de la Resurrección. Y adoró”. (Papa Francisco, Santa Marta 3 de julio de 2013).
Creer en la Biblia —más específicamente en el Nuevo Testamento—, es creer en el testimonio de los Apóstoles —“lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos” (1 Jn 1,3)—, es creer que nos transmitieron de “viva voz o por carta” (2 Tes 2,15), lo que a su vez recibieron directamente del Señor Jesús (cf. 1 Cor 11,23), —“los contenidos de su testimonio apostólico, tanto en su expresión oral como escrita. Por el hecho de provenir de Jesús, que es Palabra de Dios, dicho testimonio no puede ser otra cosa que Palabra que proviene de Dios” 3—.
Entonces, nadie puede creer en la Biblia y al mismo tiempo contradecir o negar el testimonio apostólico. Por lo tanto, nadie que diga creer en la Biblia, puede negar o contradecir este claro testimonio del apóstol Tomás, que afirma explícitamente que Jesús es Dios (cf. Jn 20,28). Se sigue, entonces, que nadie que niegue o contradiga dicho testimonio apostólico tiene el derecho de utilizar la Biblia para argumentar en contra de la divinidad de Cristo.
En otras palabras, si creemos en la Biblia, entonces creemos en el fiel testimonio de los Apóstoles, y confesamos junto con ellos que Jesús es “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). Esperando que el Señor nos cuente entre los dichosos “que no han visto y han creído” (Jn 20,29).
A este respecto dice Santo Tomás de Aquino —conocido como el más santo entre los sabios y el más sabio de los santos—: “Tiene mucho más mérito quien cree sin ver que quien cree viendo” (In Johann. XX, lectio VI, § 2566)”. Así como dijo en la hermosa línea de su famoso himno:
“No veo las llagas como las vió Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame” (Santo Tomás de Aquino, Adoro te devote).
2. Pablo dice que Jesús es Dios
En la Biblia, san Pablo afirma repetidas veces que Jesús es Dios.
En su carta a Tito, san Pablo dice claramente que Jesucristo es nuestro Dios y nuestro Salvador:
“aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Ti, 2,13).
Y en su carta a los Romanos, San Pablo afirma claramente que Jesucristo es Dios cuando lo llama “Dios bendito por los siglos” (Rom 9,5):
“y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén” (Rom 9,5).
2.1. Pablo dice que Jesús es de condición divina
Además, San Pablo también afirma que Jesús es de condición divina y es igual a Dios:
“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios” (Fil 2,5-6).
Cristo, siendo de naturaleza divina, al encarnarse, hacerse hombre, tomó la forma de siervo:
“Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” (Fil 2,7).
Se despojó o se anonadó a sí mismo, “no porque perdiese su plenitud, sino porque tomó nuestra pequeñez, así también se dice que descendió del cielo, no porque abandonase el cielo, sino porque tomó la naturaleza mortal en unidad de persona” (Santo Tomás de Aquino, S. Th., 3, q. 57, a. 2).
En otras palabras, Jesús siendo Dios, se hizo hombre, “siendo rico, se hizo pobre” (cf. 2 Cor 8,9). Por eso, afirma también el apóstol: “en él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2,9). Por lo que Jesús es a la vez plenamente Dios y plenamente hombre.
“A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que “en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el “sacramento”, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo” (CIC, n. 515).
2.2. Pablo dice que Jesús es el Señor de la Gloria reconociéndolo como Dios
En la segunda carta a los Corintios, san Pablo resalta el hecho de que no crucificaron a cualquier persona, sino a Jesucristo a quien llama “Señor de la gloria”:
“pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria” (1 Cor 2,8).
Al llamar “Señor de la Gloria” a Jesús —que fue crucificado—, está reconociéndolo como Dios, por las dos siguientes razones:
a) “Señor” es un título divino:
Ya de por sí, san Pablo está afirmando su divinidad al confesar que Jesús es Señor, porque: “El nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad” (CIC, n. 455).
“En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por Kyrios [“Señor”]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título “Señor” para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8)” (CIC, n. 446).
“Por respeto a su santidad el pueblo de Israel no pronuncia el Nombre de Dios. En la lectura de la Sagrada Escritura, el Nombre revelado es sustituido por el título divino “Señor” (Adonai, en griego Kyrios). Con este título será aclamada la divinidad de Jesús: “Jesús es Señor”” (CIC, n. 209).
Además, el mismo Jesús se atribuye de manera explícita este título divino al dirigirse a sus Apóstoles:
“Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy” (Jn 13,13).
b) La gloria pertenece a Dios, no a los hombres:
- “Yo soy el Señor, este es mi nombre; no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos” (Is 42,8 CEE).
- “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu bondad, por tu lealtad” (Sal 115,1 CEE).
- “Así pues, ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Co 10,31 CEE).
Por lo tanto, cuando el apóstol llama a Jesús Señor “de la gloria”, lo está reconociendo como Dios, porque únicamente a Dios pertenece la gloria, y el mismo Pablo nos enseña que debemos hacerlo todo para la gloria de Dios (cf. 1 Co 10,31).
“Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque Él es de “condición divina” (Flp 2, 6) y porque el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11)” (CIC, n. 449).
Recapitulando: Ya que confesar a Jesús como Señor es creer en su divinidad, y únicamente a Dios pertenece la gloria. Cuando el apóstol Pablo llama a Jesús —Crucificado—, “Señor de la gloria”, está afirmando firmemente que Jesús es Dios.
3. Pedro dice que Jesús es Dios
3.1. Pedro dice que Jesús es nuestro Dios y Salvador
Al comienzo de su segunda carta, el apóstol Pedro también dice clara y explícitamente que Jesús es “nuestro Dios y Salvador”:
“Simón Pedro, servidor y Apóstol de Jesucristo, saluda a todos aquellos que, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, han recibido una fe tan preciosa como la nuestra” (2 Pe 1,1).
3.2. Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo y Dios mismo
Además, san Pedro fue el primero en confesar que Jesús es “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16), y Jesús le declara que esto se lo ha revelado el Padre que está en los cielos (cf. Mt 16,17).
Ahora bien, “El nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre: el es el Hijo único del Padre (cf. Jn 1, 14. 18; 3, 16. 18) y Él mismo es Dios (cf. Jn 1, 1)” (CIC, n. 454).
Y “Cristo significa “Ungido”, “Mesías”. Jesús es el Cristo porque “Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder” (Hch 10, 38). Era “el que ha de venir” (Lc 7, 19), el objeto de “la esperanza de Israel”(Hch 28, 20)” (CIC, n. 453). “El Mesías es ungido con el Espíritu Santo. Tiene la plenitud del espíritu, porque es el Hijo de Dios” (S. Juan Pablo II, 19 de abril de 1984, Misa Crismal).
Por lo tanto, cuando el apóstol Pedro dice que Jesús es “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16), está confesando que Jesús es el Hijo único del Padre y Dios mismo —porque es uno con el Padre (cf. Jn 10,30), y el Espíritu Santo (cf. Mt 28,19) en la unidad de la Trinidad divina—, el Cristo prometido y enviado por el Padre para salvarnos —“el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo” (1 Jn 4,14)—.
Con lo anterior, podemos entender que negar al Hijo es negar al Padre, pues el Padre y el Hijo son uno en la Trinidad —“Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre” (1 Jn 2,23)—.
Por eso, nosotros junto con san Pedro confesamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo y Dios mismo, porque es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada para nuestra salvación.
3.3. Pedro llama a Jesús “autor de la vida” reconociéndolo como Dios
El apóstol Pedro también llama a Jesús: “autor de la vida” (Hech 3,15 CEE):
“matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello” (Hech 3,15 CEE).
Y al llamarlo así, san Pedro está afirmando la divinidad de Jesús, porque está claro que solo hay un Autor de la vida, que es Dios mismo —la Santísima Trinidad—:
““Sólo existe un Dios […]: es el Padre, es Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí mismo, es decir, por su Verbo y por su Sabiduría”, “por el Hijo y el Espíritu”, que son como “sus manos” (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 2,30,9 y 4, 20, 1). La creación es la obra común de la Santísima Trinidad” (CIC, n. 292).
Jesús, el Hijo (la Segunda Persona de la Santísima Trinidad) es eternamente engendrado por el Padre, por tanto, es como el Padre: Dios, Señor, Creador, Autor de la vida y de todas las cosas.
Por eso la Biblia está afirmando la divinidad de Jesús, cuando dice que: “en él fueron creadas todas las cosas” (Col 1,16 CEE), y “Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho… el mundo se hizo por medio de él” (Jn 1,3.10 CEE). De modo que Jesús es Dios, porque solo hay un Autor y Creador de todo cuanto existe, pues solo hay un Dios.
De igual forma, el Espíritu Santo (la Tercera Persona de la Santísima Trinidad) es Dios, porque es “Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo” (Credo de Nicea - Constantinopla). ¿Y quién es el que da la vida? De nuevo, solo Dios Uno y Trino, un solo Señor.
“el Espíritu da la vida. Sólo Dios puede conceder la vida al hombre. El Espíritu Santo es Dios. Y, en cuanto Dios, el Espíritu es el autor de la vida del hombre: de la vida “nueva” y “eterna” traída por Jesús, pero también de la existencia en todas sus formas: del hombre y de todas las cosas (Creator Spiritus)” (S. Juan Pablo II, audiencia general del 31 de octubre de 1990).
4. El apóstol Juan dice que Jesús es Dios
4.1. Jesús es el Dios verdadero
El apóstol Juan dice claramente que Jesús es el Dios verdadero en su primera carta:
“Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la Vida eterna” (1 Jn 5,20).
Es evidente que Jesucristo es el sujeto y foco de este versículo (cf. 1 Jn 5,20). Ya que el pronombre “Este” (del griego ‘houtos’), está claramente apuntando al sujeto más cercano: “Jesucristo”. Por lo tanto, la declaración final de San Juan se refiere indudable e irrefutablemente a Jesucristo cuando dice: “Este es el Dios verdadero y la Vida eterna”. Además, San Juan, al comienzo de la misma carta, da testimonio de Jesucristo como “la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó” (1 Jn 1,2), por lo que el contexto tampoco deja lugar a dudas.
4.2. San Juan presenta a Jesús como el Verbo que era Dios y se hizo carne
Además, san Juan, en el prólogo de su Evangelio, presenta a Jesús como el Verbo, que estaba en Dios y era Dios, y se hizo carne:
“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1,1 CEE).
Jesús, en cuanto Dios, es el Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, engendrado, no creado, desde toda la eternidad por el Padre, por lo que existe desde siempre antes de todas las cosas creadas. Entonces, cuando el apóstol Juan dice que “el Verbo era Dios” (Jn 1,1), está diciendo que Jesús (el Verbo) es Dios desde “el principio”(Jn 1,1), que significa desde la eternidad; y “estaba junto a Dios” (Jn 1,1) en comunión íntima y eterna con el Padre y el Espíritu Santo, porque es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Nota: Te recomendamos leer también nuestro artículo: ¿Quién es el Verbo? Según Juan.
Más adelante, en el mismo prólogo, san Juan menciona el maravilloso misterio de la Encarnación: el hecho de que el Verbo que era Dios, se hizo carne en la persona de Jesús, para llevar a cabo nuestra salvación:
“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14 CEE).
“Carne (en griego “sarx”) significa el hombre en concreto, que comprende la corporeidad, y por tanto la precariedad, la debilidad, en cierto sentido la caducidad (“Toda carne es hierba”, leemos en el libro de Isaías 40, 6). Jesucristo es hombre en este significado de la palabra “carne”. Esta carne —y por tanto la naturaleza humana— la ha recibido Jesús de su Madre, María, la Virgen de Nazaret” (S. Juan Pablo II, Audiencia general del 27 de enero de 1988).
“Es significativa la forma diferente y complementaria en que Juan y Pablo describen cada uno el acontecimiento de la Encarnación. Para Juan consiste en el hecho de que el Verbo, que era Dios, se hizo carne (cf. Jn 1,1-14); para Pablo, en el hecho de que «Cristo, siendo de naturaleza divina, tomó la forma de siervo» (cf. Flp 2,5ss.). Para Juan, el Verbo, siendo Dios, se hizo hombre; para Pablo «Cristo, siendo rico, se hizo pobre» (cf. 2 Cor 8,9)” (Cardenal Raniero Cantalamessa 4).
Recapitulando: el Verbo del Padre eterno, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, se hizo hombre sin dejar de ser Dios, en la persona de Jesús (cf. Jn. 1,14), en el seno de la Santísima Virgen María, por obra del Espíritu Santo para nuestra salvación. Por lo tanto, Jesús es Dios verdadero, hecho hombre verdadero: tan Dios como el Padre y el Espíritu Santo, y tan hombre como nosotros, excepto en el pecado.
Desde luego, entonces “la Virgen María es Madre de Dios, porque es Madre de Jesucristo, que es verdadero Dios” (Catecismo Mayor, n. 94).
“María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: “Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional […] unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne” (DS 251)” (CIC, n. 466).
5. Jesús dice que es Dios
5.1. Jesús se aplica a Sí mismo el Nombre de Dios “Yo soy”
En la Biblia vemos que, en repetidas ocasiones, Jesús dice claramente que es Dios, cuando se aplica a Sí mismo el nombre de Dios “Yo soy”, declarando así tanto su divinidad como su unidad con el Padre, ya que es el nombre misterioso con el que Dios se reveló a Moisés en el Antiguo Testamento:
“Contestó Moisés a Dios: «Si voy a los israelitas y les digo: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”; cuando me pregunten: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les responderé?» Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy». Y añadió: «Así dirás a los israelitas: “Yo soy” me ha enviado a vosotros». Siguió Dios diciendo a Moisés: «Así dirás a los israelitas: Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación»” (Ex 3,13-15).
“Al revelar su nombre misterioso de YHWH, “Yo soy el que es” o “Yo soy el que soy” o también “Yo soy el que Yo soy”, Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio” (CIC, n. 206).
Ahora bien, “Aplicándose a sí mismo la expresión «Yo soy», Jesús hace suyo el nombre de Dios, revelado a Moisés en el Éxodo” 5.
Veamos ahora, una lista de 14 versículos bíblicos en donde Jesús se aplicó así mismo el nombre de Dios: “Yo soy”:
- “porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados” (Jn 8,24).
- “Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy” (Jn 8,28).
- “En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy” (Jn 8,58).
- “Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy” (Jn 13,19).
- “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (Jn 6,35; también Jn 6,41.48.51).
- “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12; también Jn 9,5).
- “Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” (Jn 10,9; también Jn 10,7).
- “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11; también Jn 10,14).
- “Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25).
- “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6).
- “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador” (Jn 15,1; también Jn 15,5).
- “Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús, el Nazareno». Les dijo Jesús: «Yo soy». Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra” (Jn 18,4-6 CEE; también Jn 18,6.8).
- Nótese que Jesús se identifica con el nombre divino “Yo soy” a los que lo iban a arrestar, y estos inmediatamente “retrocedieron y cayeron a tierra” (ante Jesús, que es Dios, toda rodilla se dobla), demostrando así que verdaderamente Jesús es “Yo soy”, es decir, que Él es Yahveh —así como cada una de las Tres Personas Divinas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) puede identificarse con el nombre divino—.
- ““Yo soy el Alfa y la Omega”, dice el Señor Dios, el que es, y que era, y que viene, el Todopoderoso” (Ap 1,8 Sagrada Biblia Mons. Straubinger).
- “Alfa y Omega: primera y última letras del alfabeto griego. Algunos manuscritos añaden: el principio y el fin (cf. v. 17; 22, 13 y nota). Después de Cristo no habrá otro, pues él es el mismo para siempre (Hb. 13, 8). El que es, traducción del nombre de Yahvé (Ex. 3, 14)” 6.
- “Cuando le vi, caí a sus pies como muerto; pero Él puso su diestra sobre mí y dijo: “No temas; Yo soy el primero y el último” (Ap 1,17 Sagrada Biblia Mons. Straubinger).
- “El primero y el último: título que indica la divinidad de Jesús. Véase v. 8; 22, 13; cf. Is. 44, 6; 48, 12” 7.
Como vimos, Jesús expresamente y en repetidas ocasiones hace suyo el Nombre divino “Yo soy” —que solo pertenece a Dios (cf. Ex 3,15)—. Porque, siendo el Hijo en la “Trinidad consustancial”, es de una y misma naturaleza con el Padre y el Espíritu Santo, y por lo tanto, es el mismo y único Dios de la revelación del Antiguo y Nuevo Testamento, al que pertenece el Nombre divino revelado a Moisés.
5.2. Jesús se presentaba a Sí mismo como Dios
Además de hacer suyo el Nombre divino, Jesús se presentaba y se daba a conocer como Dios-Hijo. En los evangelios encontramos muchos versículos que se refieren a su divinidad y su unidad con el Padre, especialmente cuando declaró:
“Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30).
Que “Es como decir: «los dos somos de la misma naturaleza. Yo soy Dios como el Padre»” 8. Porque el Padre y el Hijo son una misma cosa, a causa de la unidad de naturaleza divina.
“La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es “de la misma naturaleza que el Padre”, es decir, que es en Él y con Él el mismo y único Dios” (CIC, n. 262).
“Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza” (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530)” (CIC, n. 253).
Pero a su vez, al comenzar diciendo: “Yo y el Padre” (Jn 10,30), está indicando que son Personas distintas en la Santísima Trinidad.
“Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: “El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede” (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 80” (CIC, n. 254).
Ahora bien, “El rasgo fundamental y más característico de la relación del Hijo con el Padre es su perfecta unidad. Jesús dice: “Yo y el Padre somos uno” (10,30) y: “El Padre está en mí y yo en el Padre” (10,38; cf. 17,21.23). Esta unión se expresa como íntimo conocimiento recíproco y como amor sublime: “El Padre me conoce y yo conozco al Padre”, dice Jesús (10,15); el Padre ama al Hijo (3,35; 5,20; 10,17; 15,9; 17,23.24.26) y el Hijo ama al Padre (14,31)” (9, citas del evangelio de Juan).
Por eso cuando el apóstol Felipe le pide ver al Padre, Jesús le contesta:
“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. (…) ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? (…) Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,9-11).
Jesús le indica a Felipe que quien lo ha visto a Él, ya ha visto al Padre, porque son uno en la Trinidad. Y en otra ocasión Jesús exclamó:
“el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado” (Jn 12,45).
Por tanto, conocemos al Padre conociendo al Hijo, porque: “Él es imagen del Dios invisible” (Col 1,15 CEE), “Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser” (Heb 1,3 CEE).
5.3. Jesús afirmó ser Dios cuando declaró su preexistencia divina
Otra forma en que Jesús afirmó ser Dios fue cuando declaró:
“antes de que Abraham existiera, Yo Soy” (Jn 8,58).
Con estas palabras Jesús no solo está diciendo que es Dios (al identificarse con el Nombre divino “Yo soy” —como ya hemos visto—), sino que también está afirmando su preexistencia eterna y divina, porque siendo Dios, “él existe con anterioridad a todo” (Col 1,17), eternamente junto al Padre y al Espíritu Santo: antes de su nacimiento, antes Abraham, y antes de todo lo creado.
La preexistencia de Cristo ya había sido anunciada por el profeta Miqueas en el Antiguo Testamento:
“Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño” (Mi 5,1).
Y Juan el Bautista también dio testimonio de la preexistencia de Jesús cuando dijo:
“Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo” (Jn 1,30).
Ahora bien, hay muchos otros versículos que también manifiestan la preexistencia divina de Jesús, especialmente cuando alude a su propia venida desde el Padre al mundo, ya que Cristo existía eternamente junto al Padre como Hijo antes de venir al mundo (antes la Encarnación):
- “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28).
- “Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese” (Jn 17,5).
- “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37 BJ 1998).
- No carece de importancia que Pilato le pregunte más tarde: “¿De dónde eres tú?” (Jn 19,9).
- “mi testimonio vale, porque sé de dónde he venido y a dónde voy” (Jn 8,14).
- “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3,13).
- “Esta “venida” del cielo, del Padre, indica la “preexistencia” divina de Cristo incluso en relación con su “marcha”” 10: “¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?…” (Jn 6,62).
- Jesús es Dios eterno, preexistente a todos, bajado del cielo y venido de Dios (porque es la Segunda Persona de la Trinidad hecho hombre).
- “Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo” (Jn 8,23).
- “a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: “Yo soy Hijo de Dios”?” (Jn 10, 36).
- “Jesús se designa a sí mismo como “el Hijo Único de Dios” (Jn 3, 16) y afirma mediante este título su preexistencia eterna (cf. Jn 10, 36)” (CIC, n. 444). La afirma porque: “El nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre” (CIC, n. 454).
- “pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10).
- “que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10,45; también Mt 20,28).
- “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1,1 CEE).
- Ya vimos que San Juan presenta a Jesús como el Verbo. Ahora bien, “En el principio existía el Verbo” quiere decir que el origen del Verbo se remonta más allá del inicio de nuestro tiempo, desde el inicio absoluto, el inicio sin inicio, es decir, la eternidad.
- “y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” afirma la preexistencia del Hijo en el Padre, porque el Hijo es el Verbo eterno de la misma naturaleza que el Padre.
- “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14 CEE).
- “el Prólogo de Juan es el eco eterno de las palabras con las que Jesús dice: “salí del Padre y vine al mundo” (Jn 16, 28), y de aquellas con las que ruega que el Padre lo glorifique con la gloria que El tenía cerca de El antes que el mundo existiese (cf. Jn 17, 5)” 11.
En suma, Jesús afirmó ser Dios cuando declaró su preexistencia eterna y divina, porque solo Dios es eterno.
5.4. Jesús tenía conciencia de su divinidad y de su misión salvífica
Jesús no solo afirmó ser Dios, sino que también encontramos versículos bíblicos que claramente muestran que tiene una íntima conciencia de su divinidad y de su misión salvífica.
“Una de las expresiones más conmovedoras de la conciencia que Jesús tenía de su divinidad y de su misión, es esta queja (¡la queja del Dios de Israel!): «Jerusalén, Jerusalén…. ¡cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no habéis querido!» (Lc 13, 34; cf. 19, 41-44). En efecto, Dios (Yahveh) en el Antiguo Testamento intenta sin cesar reunir a los hijos de Israel en un pueblo, su pueblo” 12.
Con la anterior queja, Jesús, Dios Hijo —de la misma naturaleza del Padre—, muestra su conciencia de ser con el Padre, el Dios único de la revelación del Antiguo y Nuevo Testamento. Esta conciencia de su divinidad, coincide con la conciencia de su misión salvífica:
“La conciencia que Jesús posee de su relación filial singular a «su Padre» es el fundamento y el presupuesto de su misión. A la inversa, se puede de su misión inferir su conciencia. Según los evangelios sinópticos, Jesús se sabía enviado para anunciar la buena nueva del Reino de Dios (Lc 4, 43; cf. Mt 15, 24). Para esto ha salido (Mc 1, 38 griego) y venido (cf. Mc 2, 17). A través de su misión a favor de los hombres se puede, al mismo tiempo, descubrir a aquel, del que él es el enviado (cf. Lc 10, 16). En gestos y en palabras, Jesús ha manifestado el fin de su «venida»: llamar a los pecadores (Mc 2, 17), «buscar y salvar lo que está perdido» (Lc 19, 10), no abolir la Ley, sino llevarla a cumplimiento (Mt 5, 17), traer la espada de la decisión (Mt 10, 34), echar fuego sobre la tierra (Lc 12, 49). Jesús se sabe «venido» no para ser servido, sino para servir «y para dar su vida en rescate por la muchedumbre» (Mc 10, 45)” 13.
“Cristo tenía conciencia de su misión salvífica. Esta implicaba la fundación de su ecclesia, es decir, la convocación de todos los hombres a la «familia de Dios». La historia del cristianismo reposa, en último término, sobre la intención y la voluntad de Jesús de fundar su Iglesia” 14.
Por supuesto, la conciencia divina que Jesús tiene de sí mismo implica que tenía conciencia de su ser eterno, lo que confiere un valor eterno a todas sus palabras y acciones —“Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo” (Sal 119,89 CEE)—:
“A pesar de compartir la condición humana, Jesús tiene conciencia de su ser eterno, que confiere un valor superior a toda su actividad. Él mismo subrayó este valor eterno: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31 y paralelos). Sus palabras, al igual que sus acciones, tienen un valor único, definitivo, y seguirán interpelando a la humanidad hasta el fin de los tiempos” (S. Juan Pablo II, Audiencia general del 26 de noviembre de 1997).
5.5. Jesús reveló que es Dios, por las exigencias que pone a los que quieren seguirle
Jesús también reveló que es Dios, por las exigencias que pone a los que quieren seguirle, que si no fuese Dios no tendrían sentido. Por ejemplo:
“Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Jn 14,26 BPD).
Para los judíos del tiempo de Jesucristo (que es a quienes se dirigía), está claro que al único que deben amar sobre todas las cosas es al único Dios vivo y verdadero, porque es lo que rezaban todos los días: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4-5 BPD). Por tanto, cuando Jesús les exige ese amor por encima de todo amor, les está implícitamente revelando que es Dios. Aquí no dice “Yo soy Dios” pero está haciendo una exigencia que solo Dios puede hacer.
En efecto, porque Jesús es Dios, puede llamar a los hombres a su seguimiento:
“Jesús les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres»” (Mc 1,17 BPD).
Para seguirlo es necesario amarlo más que a los padres e hijos, hermanos y hermanas y ponerlo por encima de todos los bienes materiales:
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37 BPD).
“Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna” (Mc 10,29-30 BPD).
Incluso estar dispuestos a perder la vida por Él:
“Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará” (Mc 8,35 BPD).
Porque la respuesta de los hombres con respecto a Jesús, decide su salvación eterna:
“Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles” (Mc 8, 38 BPD; también Lc 12,8; Mt 10,32).
5.6. Jesús fue condenado a muerte por referirse a Sí mismo como Dios
No podemos olvidar que Jesús fue condenado a muerte porque consideraban que blasfemaba al referirse a Sí mismo como Dios.
“Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios” (Jn 5,18).
“Precisamente por manifestar su divinidad, los sumos sacerdotes, los saduceos y los fariseos decidieron la muerte de Jesús, considerándolo un blasfemo” 15.
“Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?» Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios»” (Jn 10,32-33).
Pero sabemos que cuando Jesús se refería a Sí mismo como Dios no blasfemaba ni mentía, porque Él nunca pecó, por lo que siempre dijo la verdad (cf. Jn 1,14; 14,6; 18,37).
“Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre. Él es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor” (CIC, n. 469).
Si Jesús nunca afirmó ser Dios, entonces, debemos preguntarnos: ¿por qué algunos se molestaron tanto con Él hasta el punto de condenarlo y crucificarlo?
“Jesús dice de Sí mismo que es “uno” con el Padre (“Yo y el Padre somos uno”: Jn 10, 30), y lo afirma en presencia de un auditorio que, por esta causa, quiere apedrearlo por blasfemo (cf. Jn 10, 31). Lo afirma ulteriormente durante el juicio, ante el Sanedrín, hecho éste que va a costarle la condena a muerte” (S. Juan Pablo II, Audiencia general del 9 de marzo de 1988).
“De nuevo le preguntó el sumo sacerdote: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?». Jesús contestó: «Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene entre las nubes del cielo». El sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras, dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?» Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?». Y todos lo declararon reo de muerte” (Mc 14,61-64 CEE).
Sin embargo, Jesús, Dios y hombre verdadero, por amor entregó libremente su vida, y fue levantado en la cruz para que, creyendo en Él, vivamos.
“Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy” (Jn 8,28).
“Jesús fue levantado en la cruz y los que creen en Él son curados del pecado y viven” (Papa Francisco, Ángelus, 14 de marzo de 2021).
6. Jesús demostró que es Dios
En la Biblia encontramos muchos versículos que demuestran que Jesús es Dios, Ya vimos algunas maneras en que Jesús afirma ser Dios. Ahora veamos algunos ejemplos donde Jesús demostró ser Dios con su propio poder y autoridad.
6.1. Jesús demostró que es Dios con sus milagros
En los evangelios Jesús afirmó ser Dios, pero muchos no le creyeron, entonces, demostró que lo que decía era verdad obrando muchos milagros. Por eso dijo: “Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras” (Jn 14,11 BPD). Y “muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba” (Jn 2,23 BPD).
El milagro es un rompimiento de las leyes de la naturaleza; es una obra, un hecho real que supera las fuerzas de la naturaleza. El autor de los verdaderos milagros es Dios, ya que es el único que puede cambiar las leyes de la naturaleza, pues son obra suya. Los hombres con solo nuestro poder no podemos romper las leyes de la naturaleza (hacer milagros), lo único que podemos hacer es estudiar las leyes de la naturaleza y aplicarlas a nuestro favor.
Ahora bien, Jesús rompía con su propio poder las leyes de la naturaleza cuando hacía milagros —porque sólo Él es Dios y hombre al mismo tiempo—. Así, durante su vida: curó enfermos, expulsó demonios, multiplicó el alimento, calmó la tormenta, caminó sobre las aguas, e incluso resucitó a algunos muertos. Por lo tanto, Jesús demostró que es Dios con los milagros que hizo por su propio poder.
“siendo exclusivo de Dios hacer milagros con su propio poder, quedó suficientemente probado que Cristo es Dios con cualquiera de los milagros que hizo por su propio poder” (Santo Tomás de Aquino, S. Th., 3, q. 43, a. 4).
Un ejemplo claro de esto es el episodio evangélico de la tormenta en el lago (cf. Mt 8,24-27): los discípulos temerosos ante la amenaza de hundirse en la barca por la gran tormenta, despiertan y dicen a Jesús: “¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!” (Mt 8,25 BPD), a lo que Él les dice: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?». Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma” (Mt 8,26 BPD). Ahora bien, para los judíos del tiempo de Jesucristo como lo eran sus discípulos, si hay algo claro, es que el único que tiene dominio y señorío sobre el cielo y la tierra, sobre el viento y el mar, es su Creador y Señor, el único Dios vivo y verdadero, por lo cual, no es de sorprender que reaccionaran admirados con esta estremecedora pregunta:
“¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mt 8,27 BPD).
El punto a resaltar aquí es que, a Jesús hasta el viento y el mar le obedecen por su propio poder y autoridad: ¡Él imperó, mandó al viento y al mar, y la tormenta se calmó en ese instante!
Jesús: “que revela a Dios como Padre Creador y Señor de lo creado, cuando realiza estos milagros con su propio poder, se revela a Sí mismo como Hijo consubstancial con el Padre e igual a Él en su señorío sobre la creación” (S. Juan Pablo II, Audiencia general del 2 de diciembre de 1987).
“Para confirmar su poder divino sobre la creación, Jesús realiza “milagros”, es decir, “signos” que testimonian que junto con Él ha venido al mundo el reino de Dios” (S. Juan Pablo II, Audiencia general del 27 de enero de 1988).
El modo en que Jesús hace el milagro es claramente distinto, por ejemplo, al milagro en el Antiguo Testamento, cuando, durante el Éxodo, Moisés ejecuta una acción por mandato de Dios y se dividieron las aguas del mar (cf. Ex 14,16.21). De manera que queda claro que Moisés es un intermediario entre Dios y el pueblo. Mientras que Jesús demuestra que es el “Yo Soy” (cf. Jn 8,58), el “Dios con nosotros” (cf. Mt 1,23), al hacer el milagro de calmar la tormenta con el poder y la autoridad de ser Dios.
Otro ejemplo claramente distinto en el modo en que Jesús hacía milagros con su propio poder y autoridad, fue en la curación del sirviente del centurión (cf. Mt 8,5-13; Lc 7,1-10). Mientras que muchos exigían ser tocados por Jesús por pensar que tenía algún poder como curandero, el centurión comprendió bien que Jesús tiene el mismo poder y autoridad de Dios, porque es Dios. Y, por lo tanto, no le pidió que fuera hasta su casa para sanar a su sirviente, porque había comprendido que no era más difícil para Jesús —siendo verdadero Dios y verdadero hombre— dar una orden, aunque sea desde lejos, y este sane. ¡Y Jesús elogió su fe!:
“Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole» «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: «Ve», él va, y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «Tienes que hacer esto», él lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. (…) Y Jesús dijo al centurión: «Ve, y que suceda como has creído». Y el sirviente se curó en ese mismo momento” (Mt 8,5-10.13 BPD).
Además, Jesús obraba sus milagros en nombre propio “Yo te lo mando” o “Te digo” (con su propio poder y autoridad), por ejemplo:
“–dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos” (Mc 2,11-12 BPD).
En cambio, San Pedro y los Apóstoles hacían los milagros en nombre de Jesucristo, por ejemplo, al hombre tullido de nacimiento San Pedro le dice:
“«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina». Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos. Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar” (Hech 3,6-8 BPD).
Dios puede obrar milagros directamente (solo Cristo hizo milagros con su propio poder), pero también puede hacerlo por medio de los ángeles o de los hombres. Los santos han hecho milagros con el poder de Dios (la Santísima Virgen y los santos interceden ante Dios por nosotros). Cristo mismo les hace participar de su ministerio de compasión y curación, para que estos signos que realizan invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3), manifiesten “de una manera especial que Jesús es verdaderamente “Dios que salva” (cf Mt 1,21; Hch 4,12)” (CIC, n. 1507).
Nota: Jesús es Dios y sigue obrando milagros hoy: ver testimonio de una joven paralítica que se levanta y camina, cuando sacerdote ora por ella y le dice: ¡en el nombre de Jesús, levántate!
Además, Jesús demostró con sus milagros que lo que decía era verdad, porque los que los veían reconocían que nadie puede hacer los signos o milagros que hacía, si Dios no está con Él (cf. Jn 3,2), y sabemos que Jesús y el Padre son uno (cf. Jn 10,30), y que “Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar” (CIC, n. 215). Por eso dijo: “Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí” (Jn 10,25 BPD), y también dijo: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37 BPD).
Entonces, el fin esencial de todos los milagros realizados por Jesús, y los realizados por sus santos Apóstoles y discípulos a lo largo de la historia, es demostrar que todo lo que Jesús dijo es verdad —incluyendo que Él es verdaderamente “Dios que salva”—, y revelar la obra divina de la salvación que Dios ofrece al hombre en su Hijo.
6.2. Jesús demostró ser Dios al perdonar los pecados
El pueblo judío tenía bien claro que solo Dios puede perdonar los pecados, por tanto, Jesús demostró ser Dios al perdonar con su propia autoridad los pecados del paralítico para que este sanara:
“Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados»” (Mc 2,5 BPD).
Jesús (con la penetración divina que tenía de los pensamientos secretos de los hombres), supo enseguida que los escribas presentes lo consideraron blasfemo, porque solo Dios puede perdonar los pecados:
“Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: «¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios? Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando?” (Mc 2,6-8 BPD).
Entonces, Jesús sanó milagrosamente al paralítico, reafirmando a los presentes que no solo tiene el poder de sanar los cuerpos, sino también el alma, con el poder y la autoridad que tiene para perdonar los pecados.
“¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o “Levántate, toma tu camilla y camina”? Para que ustedes sepan que el Hijo de hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual»” (Mc 2,9-12 BPD).
Ahora bien, Jesús se aplica a sí mismo el título “Hijo del hombre”, porque es verdadero hombre, además de ser Dios. Pero también, este título empleado ya por el profeta Daniel (cf. Dn 7,9-14), indica que su mesianismo es divino: porque el Hijo del hombre es preexistente, y viene del cielo (cf. Dn 7,13), con la misión de redimir a la humanidad (cf. Mt 20,28), lo cual incluye el poder de perdonar los pecados.
Vemos entonces que Jesús, “el Hijo del hombre” es Dios, porque perdona los pecados con su propia autoridad —lo que solo Dios puede (cf. Mc 2,7)—. “Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre” (CIC, n. 1441).
Hoy en día, algunas sectas u grupos buscan confundir a los católicos diciendo: “«¿Cómo es posible que un hombre perdone los pecados?», repiten ellos. Bueno, pregúntenselo a Jesús. El que creó el cielo y la tierra ¿tiene el poder de encargar a unos hombres para que perdonen los pecados en su nombre?”16.
La Biblia es clara, Jesús dio el poder de perdonar pecados a los Apóstoles:
“Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos»” (Jn 20,21-23).
Ya que Jesús mismo confió a sus Apóstoles “el ministerio de la reconciliación” (2 Co 5,18), para el perdón de los pecados de los hombres (cf. Jn 20,23), entonces, son los obispos —los sucesores de los Apóstoles—, y los sacerdotes —colaboradores de los obispos—, los únicos que lo pueden ejercer desde entonces hasta hoy. Sólo ellos “en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”” (CIC, n. 1461).
En efecto, es en el Sacramento de la Confesión o Reconciliación donde Dios perdona nuestros pecados, mediante el sacerdote, que es su representante, el cual actúa como un intermediario entre Dios y nosotros: “el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador” (CIC, n. 1465). “El confesor no es dueño, sino el servidor del perdón de Dios” (CIC, n. 1466).
6.3. Jesús demostró que es Dios por la autoridad divina con que enseñaba su doctrina
Otra forma en que Jesús demostró que es Dios es por la autoridad divina con que enseñaba su doctrina. En efecto, en los evangelios Jesús habla, actúa y enseña con una autoridad que corresponde propiamente solo a Dios.
“Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mc 1,21-22).
Los judíos contemporáneos del Señor se asombraban al ver que enseñaba con autoridad propia, no como los doctores de la Ley, ni como los profetas del Antiguo Testamento que empezaban diciendo “oráculo del Señor” (ej. Jer 31,1). Un ejemplo claro lo encontramos en el sermón de la montaña, en aquella serie de contraposiciones: “Habéis oído que se dijo… Pues yo os digo…”. Por ejemplo:
“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan” (Mt 5,43-44 BPD).
Él no empieza diciendo “oráculo del Señor”, no dice: “oigan, vengan, es Palabra del Señor”, jamás dice eso; Jesús dice: “Yo os digo” (o “Yo les digo”), enseñando con autoridad propia, en cuanto es Dios.
“Este modo de hablar suscitaba gran impresión en la gente, que se asustaba, porque ese «yo os digo» equivalía a reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, fuente de la Ley” (Benedicto XVI, Ángelus, 13 de febrero de 2011).
“en los fragmentos importantes del “sermón de la montaña" se repite la contraposición: “Habéis oído que se dijo… Pero yo os digo”; y esto no para “abrogar” la Ley divina de la Antigua Alianza, sino para indicar su “perfecto cumplimiento”, según el sentido entendido por Dios-Legislador, que Jesús ilumina con luz nueva y explica con todo su valor generador de nueva vida y creador de nueva historia: y lo hace atribuyéndose una autoridad que es la misma del Dios-Legislador. Podemos decir que en esa expresión suya repetida seis veces: Yo os digo, resuena el eco de esa autodefinición de Dios que Jesús también se ha atribuido: “Yo soy” (cf. Jn 8, 58)” (S. Juan Pablo II, Audiencia general del 14 de octubre de 1987).
Jesús puede poner lo que dice en primera persona, en el mismo nivel que la Palabra de Dios revelada en el Antiguo Testamento, porque Él es el “Yo soy”: “es el Hijo de la misma naturaleza que el Padre y es con Él el Dios único de la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento” 17.
Por eso Jesús “Habla como legislador soberano (Mt 5, 22. 28, etc.) que se coloca por encima de los profetas y reyes (Mt 12, 41s). No hay otro maestro más que él (Mt 23, 8); todo pasará salvo su palabra (Mc 13, 31). El evangelio de san Juan dice más explícitamente de dónde tiene Jesús esta autoridad inaudita: es porque «el Padre está en mí y yo estoy en el Padre» (10, 38); «Yo y el Padre somos una sola cosa» (10, 30). El «Yo» que habla aquí y que legisla soberanamente, tiene la misma dignidad que el «Yo» de Yahveh (cf. Éx 3, 14)” 18.
“hay que recordar la respuesta que dio Jesús a los fariseos que reprobaban a sus discípulos el que arrancasen las espigas de los campos llenos de grano para comérselas en día de sábado, violando así la Ley mosaica. Primero Jesús les cita el ejemplo de David y de sus compañeros, que no dudaron en comer los “panes de la proposición” para quitarse el hambre, y el de los sacerdotes que el día de sábado no observan la ley del descanso porque desempeñan las funciones en el templo. Después concluye con dos afirmaciones perentorias, inauditas para los fariseos: “Pues yo os digo, que lo que hay aquí es más grande que el templo…”; y “El Hijo del Hombre es señor del sábado” (Mt 12, 6, 8; cf. Mc 2, 27-28). Son declaraciones que revelan con toda claridad la conciencia que Jesús tenía de su autoridad divina. El que se definiera “como superior al templo” era una alusión bastante clara a su trascendencia divina. Y proclamarse “señor del sábado”, o sea, de una Ley dada por Dios mismo a Israel, era la proclamación abierta de la propia autoridad como cabeza del reino mesiánico y promulgador de la nueva Ley” (S. Juan Pablo II, Audiencia general del 14 de octubre de 1987).
Finalmente, debemos tener presente que Jesús no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud (cf. Mt 5,17):
“el poder, que Cristo se atribuye sobre la Ley, comporte una autoridad divina lo demuestra el hecho de que Él no crea otra Ley aboliendo la antigua: “No penséis que he venido abrogar la ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla” (Mt 5, 17). Es claro que Dios no podría “abrogar” la Ley que El mismo dio. Pero puede —como hace Jesucristo— aclarar su pleno significado, hacer comprender su justo sentido, corregir las falsas interpretaciones y las aplicaciones arbitrarias, a las que la ha sometido el pueblo y sus mismos maestros y dirigentes, cediendo a las debilidades y limitaciones de la condición humana” (S. Juan Pablo II, Ibíd.).
6.4. Jesús demostró ser Dios al expulsar a los demonios con su propio poder y autoridad
Solo Jesús expulsaba demonios con su propio poder y autoridad, demostrando ser el Hijo de Dios y Dios mismo.
“En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza; «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios». Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos. sin hacerle ningún daño. El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: «¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!»” (Lc 4,33-36 BPD).
“La enseñanza de Jesús tiene la misma autoridad de Dios que habla; de hecho, con una sola orden libera fácilmente al poseído del maligno y lo cura. ¿Por qué? Porque su palabra obra lo que dice” (Papa Francisco, Ángelus, 31 de enero de 2021).
La autoridad divina de Jesús era tal, que hasta los mismos demonios caían a sus pies reconociéndolo como el Hijo de Dios y rogándole.
“Jesús acababa de desembarcar, cuando salió a su encuentro un hombre de la ciudad, que estaba endemoniado. Desde hacía mucho tiempo no se vestía, y no vivía en una casa, sino en los sepulcros. Al ver a Jesús, comenzó a gritar, cayó a sus pies y dijo con voz potente: «¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? Te ruego que no me atormentes»” (Lc 8,27-28 BPD).
A diferencia de Jesús, sus Apóstoles y discípulos expulsaban a los demonios con el poder y la autoridad que obraban “en su Nombre”:
- “Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades” (Lc 9,1 BPD).
- “Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre»” (Lc 10,17 BPD).
- “al fin Pablo se cansó y, dándose vuelta, dijo al espíritu: «Yo te ordeno en nombre de Jesucristo que salgas de esta mujer», y en ese mismo momento el espíritu salió de ella” (Hech 16,16 BPD).
Sin embargo, hubo un caso en donde los discípulos no pudieron expulsar el demonio de un niño; su padre dijo a Jesús: “Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron” (Mc 9,18 BPD).
¡Pero Jesús lo expulsó con el poder y la autoridad de su Palabra!
“Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más». El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: «Está muerto». Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie” (Mc 9,25-27 BPD).
Vemos entonces que Jesús es Dios, porque solo Él expulsaba demonios con su propio poder y autoridad.
“Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (Lc 11,20).
6.5. Jesús demostró que es Dios porque conocía todas las cosas
Jesús no solo demostró que es Dios con poder y autoridad, sino también porque conocía todas las cosas, lo cual, solo es posible para Dios:
““El Hijo de Dios conocía todas las cosas; (…) La naturaleza humana, en cuanto estaba unida al Verbo, conocía todas las cosas, incluso las divinas, y manifestaba en sí todo lo que conviene a Dios” (san Máximo el Confesor, Quaestiones et dubia, 66: PG 90, 840). Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14, 36; Mt 11, 27; Jn 1, 18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento humano, mostraba también la penetración divina que tenía de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf. Mc 2, 8; Jn 2, 25; 6, 61; etc.)” (CIC, n. 473).
6.5.1. Jesús conocía los pensamientos secretos de las personas
Jesús demostró que es Dios al leer los pensamientos secretos de las personas Y prueba de ello son los numerosos episodios que relatan los evangelios, a continuación, unos ejemplos:
“Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre” (Jn 2,24-25 BPD).
“Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal?” (Mt 9,4 BPD).
“Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza?” (Jn 6,61).
6.5.2. Jesús conocía el pasado de las personas
Jesús sabía lo que hay en el interior de las personas, incluso su pasado, es decir, su vida. En su encuentro con la mujer samaritana, Jesús, conociendo su pasado y su situación actual, le dice:
“«Ve, llama a tu marido y vuelve aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad»” (Jn 4,16-18 BPD).
Más adelante, al terminar su encuentro, la samaritana confirma que todo lo que Jesús le había dicho sobre su vida era verdad, cuando corrió a la ciudad a decirles a todos:
“Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?” (Jn 4,29 BPD).
6.5.3. Jesús sabía lo que iba a pasar
Jesús sabía lo que iba a pasar: sabía que Judas lo traicionaría (cf. Mt 26,20-25), sabía que sus Apóstoles se escandalizarían a causa de Él (cf. Mt. 26,31), sabía que Pedro lo negaría tres veces antes de que cantara el gallo (cf. Mt 26,33-34), y sabía que tenía que recorrer el camino del dolor, entregar su vida y resucitar al tercer día. Lo cual anunció en distintas ocasiones (Jesús predijo varias veces su propia muerte y resurrección en el Evangelio de Mateo):
- “Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches” (Mt 12,39-40 BPD).
- “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día” (Mt 16,21).
- “Yendo un día juntos por Galilea, les dijo Jesús: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará». Y se entristecieron mucho” (Mt 17,22-23).
- “Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará” (Mt 20,18-19).
- “Ya sabéis que dentro de dos días es la Pascua; y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado” (Mt 26,2).
- “Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea” (Mt 26,32).
“De este acontecimiento único, Él habla como del “signo de Jonás” (Mt 12, 39), del signo del Templo (cf. Jn 2, 19-22)” (CIC, n. 994).
Entonces, porque sabía lo que iba a suceder, antes de su Pasión, rogó al Padre:
“Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora” (Mc 14,35 BPD; también Mt 26,39; Lc 22,41-42).
Pero, a pesar de su angustia, ¡encara hacia la cruz! Como también había predicho en el Evangelio de Juan:
“Yo soy el buen Pastor: (…) y doy mi vida por las ovejas (…) Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo” (Jn 10,14-15.18 BPD).
Entonces, Jesús asumió la muerte por su libre voluntad, por nosotros: “la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21)” (CIC, n. 1009).
6.6. Jesús demostró ser Dios al resucitar por su propio poder
Como vimos, antes de morir en la cruz y ser sepultado, Jesús había profetizado en distintas ocasiones su resurrección (cf. Mt 12,39-40; Mt 16,21; Mt 17,22-23; Mt 20,18-19; Mt 26,32; Lc 9,22; etc.). En efecto, en la mañana de su resurrección, el ángel dijo a las mujeres que habían ido buscarlo al sepulcro, que Jesús había resucitado como había dicho que sucedería:
“Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho” (Mt 28,5-6).
“Por lo tanto, al resucitar por su propio poder, demostraba nuevamente, y con la prueba más convincente, que era Dios” 19. “La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su Resurrección. Él había dicho: “Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy” (Jn 8, 28). La Resurrección del Crucificado demostró que verdaderamente, él era “Yo Soy”, el Hijo de Dios y Dios mismo” (CIC, n. 653).
Después de su resurrección, Jesús se apareció muchas veces a sus Apóstoles reforzando su fe y enseñándoles (cf. Hech 1,3). Pero una de las evidencias más grandes se encuentra en el primer y más antiguo testimonio escrito sobre la resurrección (57 d. C), en donde el apóstol Pablo dice que ¡Jesús se apareció a más de quinientas personas a la vez!
“Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo” (1 Cor 15,3-8).
“la fe de la primera comunidad de creyentes, expresada por Pablo en la Carta a los Corintios, se basa en el testimonio de hombres concretos, conocidos por los cristianos y que en gran parte vivían todavía entre ellos. Estos “testigos de la resurrección de Cristo” (cf. Hch 1, 22), son ante todo los Doce Apóstoles, pero no sólo ellos” (S. Juan Pablo II, Audiencia general del 25 de enero de 1989).
Como vemos, la resurrección de Jesucristo es, entonces, un hecho histórico que es el seguro de garantía de nuestra fe:
““Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe”(1 Co 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido” (CIC, n. 651).
Pero hay más: ¡así como Jesucristo murió y resucitó, también nosotros que creemos en Él, y verdaderamente comemos su Cuerpo y su Sangre en la Sagrada Eucaristía, resucitaremos con Él en la gloria! Según su promesa: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54).
“Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden” (CIC, n. 994).
“En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que “derramó por muchos […] para remisión de los pecados” (Mt 26,28)” (CIC, n. 1365).
6.7. Jesús demostró ser Dios ascendiendo a los cielos con su propio poder
Cuarenta días después de su gloriosa resurrección, Jesús, en presencia de sus apóstoles, ascendió corporalmente (según su humanidad) al cielo; pero ascendió por su propio poder, en virtud de su divinidad.
“el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc 16,19).
“Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos” (Hech 1,9).
“Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo” (Lc 24,51).
Es importante entender la diferencia entre “ascensión” y “asunción”: Jesús ascendió al cielo por su propio poder, en un sentido activo. En cambio, la Santísima Virgen María fue asunta al cielo por el poder de Dios, en un sentido pasivo. —“Este es un buen argumento para aquellos que acusan a la Iglesia de haber “divinizado a María” de ponerla al mismo nivel que a Dios” 20.
Entonces, Jesús ascendió al cielo por su propio poder, es decir, por sí solo, sin ayuda alguna, porque es Dios. A diferencia de la Asunción de la Santísima Virgen María, quien fue elevada al cielo por los ángeles, ya que ella no puede hacerlo por sí misma. Y, también a diferencia de la asunción del gran profeta Elías, quien fue llevado al cielo sobre un carro de fuego (cf. 2 Re 2,1-12).
“Gregorio comenta, en una Homilía sobre la Ascensión: Es prenso notar que a propósito de Elias se lee que subió a un carro, con el fin de mostrar claramente que, como puro hombre, necesitaba de ayuda ajena. En cambio, de nuestro Redentor no se lee que fuese levantado en un carro, ni por los ángeles, porque quien había hecho todas las cosas, era llevado sobre todas ellas por su propio poder” (Santo Tomás de Aquino, S. Th., 3, q. 57, a. 3).
Cabe mencionar que algunos al leer en los evangelios que Jesús “fue llevado”, “fue elevado” o “fue levantado” (cf. Lc 24,51; Mc 16,19; Hech 1,9) se preguntan si eso significa que fue llevado al cielo por un poder ajeno. Sin embargo, Santo Tomás de Aquino aclaró ya esta cuestión:
“Así como afirmamos que Cristo resucitó por su propia virtud y, sin embargo, fue resucitado por el Padre, ya que es una misma la virtud del Padre y la del Hijo, así también Cristo ascendió al cielo por su propia virtud y, no obstante, fue elevado y tomado por el Padre” (Santo Tomás de Aquino, S. Th., 3, q. 57, a. 3).
Vemos entonces que nadie ha subido al cielo como Jesús, porque Él es uno con el Padre (cf. Jn 10,30; Jn 17,22). Veamos ahora, algunas ocasiones en que Jesús anunció su regreso al Padre mediante la ascensión al cielo:
- “Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios»” (Jn 20,17).
- “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, (…) sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (Jn 13,1-3).
- “me voy a Aquel que me ha enviado” (Jn 16,5).
- “me voy al Padre, y ya no me veréis” (Jn 16,10).
- “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16,7).
- “Habéis oído que os he dicho: “Me voy y volveré a vosotros.” Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo” (Jn 14,28).
- Nota: como explicamos al comienzo, Jesús, en cuanto su naturaleza humana, dice que el Padre es mayor que Él.
- “¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?…” (Jn 6,62).
- “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28).
- Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3,13).
“Si queremos examinar brevemente el contenido de los anuncios transmitidos, podemos ante todo advertir que la ascensión al cielo constituye la etapa final de la peregrinación terrena de Cristo, Hijo de Dios, consustancial al Padre, que se hizo hombre por nuestra salvación. Pero esta última etapa permanece estrechamente conectada con la primera, es decir, con su “descenso del cielo”, ocurrido en la encarnación. Cristo «salido del Padre” (Jn 16, 28) y venido al mundo mediante la encarnación, ahora, tras la conclusión de su misión, «deja el mundo y va al Padre” (cf. Jn 16, 28). Es un modo único de «subida”, como lo fue el del “descenso”. Solamente el que salió del Padre como Cristo lo hizo puede retornar al Padre en el modo de Cristo. Lo pone en evidencia Jesús mismo en el coloquio con Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo” (Jn 3, 13). Sólo Él posee la energía divina y el derecho de “subir al cielo”, nadie más. La humanidad abandonada a sí misma, a sus fuerzas naturales, no tiene acceso a esa “casa del Padre” (Jn 14, 2), a la participación en la vida y en la felicidad de Dios. Sólo Cristo puede abrir al hombre este acceso: Él, el Hijo que “bajó del cielo”, que “salió del Padre” precisamente para esto” (S. Juan Pablo II, Audiencia general del 5 de abril de 1989).
“Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente” (CIC, n. 666).
Por otra parte, leemos que después de ascender al cielo, Jesús “se sentó a la derecha de Dios” (Mc 16,19 CEE).
A este respecto, San Pedro en el primer discurso pentecostal dijo que Jesús fue “exaltado por la diestra de Dios” (Hech 2,33), y “que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hech 2,36): Estas palabras “proclaman la elevación de Cristo ―crucificado y resucitado― “a la derecha de Dios”. La “elevación”, o sea, la ascensión al cielo, significa la participación de Cristo hombre en el poder y autoridad de Dios mismo” 21.
“La expresión del Credo: «subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre» significa que tiene el mismo poder de Dios-Padre” (P. Jorge Loring, Compendio para Salvarte, Resurrección de Cristo, n. 35,1).
“estar sentado a la derecha del Padre no es otra cosa que compartir junto con el Padre la gloria de la divinidad, la bienaventuranza, y la potestad judicial; y esto perpetuamente y como rey. Todo esto le conviene al Hijo en cuanto Dios” (Santo Tomás de Aquino, S. Th., 3, q. 58, a. 2).
Resulta evidente ahora que Jesús no solo demostró ser Dios ascendiendo al cielo con su propio poder, sino también porque está sentado a la derecha de Dios Padre (cf. Mc 16,19; Col 3,1).
7. Otros testimonios en la Biblia de que Jesús es Dios
Otras personas en la Biblia también dan testimonio de que Jesús es Dios, ya sea con sus palabras o con sus acciones. A continuación, algunos ejemplos:
7.1. Isabel llama a Jesús “mi Señor” en el vientre de María reconociéndolo como Dios
En el momento de la visitación, el Espíritu Santo abre los ojos de Isabel para que reconozca en su prima María —embarazada de Jesús— a la Madre del Señor:
“y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1, 42-43).
Como antes vimos, “Señor” es un título divino que significa la soberanía divina:
“El Nuevo Testamento, utiliza este mismo sentido fuerte del título “Señor”. Decir: Jesús es Señor, es lo mismo que decir: “Jesús es Yahvé”, porque así fue traducida esta palabra del Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento da una novedad y es que utiliza este término “Kyrios (Señor)”, tanto referido al Padre como a Jesús. Utiliza el mismo término, indistintamente, para el Padre y para Jesús, eso supone una conciencia plena de la divinidad de Jesucristo” (cf. Monseñor José Ignacio Munilla, Catecismo 446-448).
Entonces, confesar a Jesús como Señor supone una confesión de su divinidad. Por lo tanto, es evidente que cuando Isabel inspirada por el Espíritu Santo, llama a Jesús “mi Señor” en el vientre de María, lo está reconociendo como Dios. Porque —como dice san Pablo—: “nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). Se sigue entonces que, al reconocer la divinidad de Jesús, está reconociendo a María como la verdadera Madre de Dios.
“La misma Biblia llama a María Madre de Dios cuando dice Isabel: «¿Cómo es que viene a verme la Madre de mi Señor?»1. Evidentemente que aquí «Señor» se refiere a Dios” (P. Jorge Loring, Santísima Virgen, [1: Lc 1,43]).
“Llamada en los Evangelios “la Madre de Jesús” (Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt 13, 55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su hijo (cf. Lc 1, 43). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [Theotokos] (cf. Concilio de Éfeso, año 649: DS, 251)” (CIC, n. 495).
“Si aceptamos que María es verdadera y real madre del Señor Jesús, entonces Ella es, por tanto, verdadera y real Madre de Dios, puesto que el Señor Jesús es Dios mismo. Pretender que María es madre “solamente” del cuerpo físico del Señor es absurdo. El Señor Jesús es una persona completa. Pretender separar su divinidad y su humanidad es absurdo, y es una herejía conocida como nestorianismo, que dice que hay dos personas separadas en Cristo encarnado: una divina (el hijo de Dios) y otra humana (el hijo de María). La herejía fue condenada y la doctrina aclarada en el Concilio de Éfeso en el año 431” (“Aclaraciones para los hermanos separados: Los católicos y la Virgen María”, aciprensa.com).
Al igual que San Pedro (cf. Mt 16,15-17), Santa Isabel es impulsada por Dios a confesar la divinidad de Jesús (cf. Lc 1,41-43). Porque conocerlo realmente es en el fondo un don de Dios. Por eso debemos pedirle humilde y sinceramente a Dios: “enséñame quién es Jesús, quién es tu Hijo”.
7.2. Varias personas en la Biblia adoran a Jesús mostrando que es Dios
La Biblia enseña claramente que solo debemos adorar a Dios: “está escrito: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”” (Mt 4,10 BPD).
Por eso, en el libro del Apocalipsis, cuando el apóstol San Juan cae a los pies del ángel para adorarle, el ángel inmediatamente le advierte: “¡Cuidado! No lo hagas, porque yo soy tu compañero de servicio, el de tus hermanos los profetas, y el de todos aquellos que conservan fielmente las palabras de este Libro. ¡Es a Dios a quien debes adorar!” (Ap 22,9 BPD).
Entonces, cuando encontramos textos en la Biblia en donde diferentes personas se postran para adorar a Jesús, y en ningún caso se advierte en contra, estos están mostrando claramente que Jesús es Dios, porque solo a Dios debemos adorar.
En efecto, la Biblia nunca corrige la adoración a Jesús como Dios, como sucedió en el caso de san Juan y el ángel mencionado (cf. Ap 22,8-9). Por el contrario, la Biblia es muy clara en decir “que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn 5,23), porque el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son uno y el mismo Dios a quien nosotros adoramos (por eso también confesamos en el Credo de Nicea - Constantinopla, que el Espíritu Santo “con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”).
Y en esto, estamos siguiendo el ejemplo de los Reyes Magos, María Magdalena, los Apóstoles, los ángeles, y otras personas en los evangelios que adoraron a Jesús como Dios, como mostraremos en los puntos a continuación:
a) Los Reyes Magos adoran a Jesús mostrando que es Dios:
“Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle». (…) Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron” (Mt 2,1-2.9-11).
“El Evangelio insiste en esto: no dice solamente que los magos adoraron, subraya que se postraron y adoraron. Tomemos esta indicación: la adoración va junto con la postración. Al hacer este gesto, los magos demuestran que acogen con humildad a Aquel que se presenta en la humildad. Y así se abren a la adoración de Dios” (Papa Francisco, Ángelus, 6 de enero de 2022).
“Pastor o mago, nadie puede alcanzar a Dios aquí abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorando a Dios escondido en la debilidad de un niño” (CIC, n. 563).
b) María Magdalena y la otra María caen de rodillas y adoran a Jesús resucitado:
“En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron” (Mt 28,9).
c) Los ángeles adoran a Jesús:
En la carta a los Hebreos, san Pablo refiriéndose a Jesucristo, el Hijo Primogénito de Dios dice:
“Y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios” (Hb 1,6).
d) Los Apóstoles y discípulos adoran a Jesús:
“Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron” (Mt 28,16-17).
“Lc 24,52 señala: “Y ellos, adorándole (proskynésantes), volvieron a Jerusalén”” 22.
Tras calmarse la tormenta, los discípulos de Jesús se postraron ante Él en un acto de adoración, reconociéndolo como Hijo de Dios y Dios mismo:
“Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios»” (Mt 14,33).
e) Otras personas en los Evangelios adoran a Jesús:
La mujer cananea, a pesar de haber sido en un inicio rechazada, se postra en un acto de adoración ante Jesús:
“Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!»” (Mt 15,25).
“La profesión de fe en la divinidad de Jesús está, en primer lugar, en la postración que ella hace, que es un acto de adoración verdadero y propio. El Leccionario traduce: “La mujer fue a postrarse ante Él” (Mt 15,25). Sin embargo, San Jerónimo traduce: “Illa venit et adoravit eum”, es decir, “Ella vino y lo adoró”. El verbo proskynéo usado en el original griego significa, como primer significado y significado-base, ‘adorar’9. Y Santo Tomás comenta: “Es una profesión de fe, porque reconoció que Jesús es Dios, y esto es así porque lo adoró. A pesar de haber sido rechazada por los Apóstoles, ella se postró y lo adoró. Y con este acto lo reconoció como Dios, según dice Deut 8,19: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo rendirás culto’. Y además dice: ‘¡Ayúdame!’ No dice: ‘Ruega por mí’, sino ‘ayúdame, porque tú puedes’”10” 23.
En el mismo sentido que el pasaje anterior, el ciego de nacimiento sanado se postra en un acto de adoración ante Jesús:
“El entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él” (Jn 9,38).
Los primeros cristianos afirman que Jesús es Dios
No solo la Biblia afirma que Jesús es Dios, sino también hay muchos textos de los primeros cristianos y Padres de la Iglesia que dan testimonio de su divinidad, incluso muy anteriores al concilio de Nicea (325 d.C.) —donde se definió la divinidad del Hijo y se escribió parte importante del Credo sobre Él—.
A continuación, algunos ejemplos de autores cristianos de los primeros siglos:
San Ignacio de Antioquía (c.35-c.107 d.C.)
—Discípulo directo de San Pablo y San Juan, y segundo sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía.
Los siguientes textos de San Ignacio prueban que para los cristianos del siglo primero Jesucristo es Dios:
- “por la voluntad del Padre y de Jesucristo nuestro Dios, a la Iglesia digna de ser llamada bienaventurada, que está en Éfeso de Asia” (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, Prólogo).
- “Porque nuestro Dios, Jesucristo, ha sido llevado en el seno de María, según la economía divina, nacido “del linaje de David” y del Espíritu Santo” (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios 18,2).
- “por la fe y el amor a Jesucristo nuestro Dios; (…) salutaciones abundantes en Jesucristo nuestro Dios” (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, Prólogo).
En los dos textos siguientes, San Ignacio dice que Jesucristo es “Dios venido en carne” y se refiere a Él cuando dice que “Dios se manifestó hecho hombre”. En el mismo sentido en que San Pablo dice en la Biblia que Jesucristo “ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, aparecido a los ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria” (1 Tim 3,16 BJ 1998).
- “No hay más que un solo médico, carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios venido en carne, en la muerte vida verdadera, Hijo de María e Hijo de Dios, primero pasible y ahora impasible, Jesucristo Nuestro Señor” (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios 7,2).
- “Entonces fue destruida toda magia, y toda ligadura de malicia abolida, la ignorancia fue disipada, y el antiguo reino arruinado, cuando Dios se manifestó hecho hombre” (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios 19,3).
Nota: Para los Testigos de Jehová y otras sectas (también falsas espiritualidades de la Nueva era), Jesús no es Dios verdadero de la misma naturaleza del Padre), por lo que no confiesan que “Jesucristo ha venido en carne”, es decir —como vimos en los textos de San Ignacio—, no confiesan que Jesucristo es “Dios venido en carne”, que “Dios se manifestó hecho hombre”. Por lo tanto, están entre los “seductores”, los “anticristos” de los que nos advierte San Juan en sus cartas (cf. 1 Jn 2,18-19.22-23; 2 Jn 1,7-11).
Por último, San Ignacio en el siguiente texto afirma que Jesucristo “estaba unido con el Padre” es decir de la misma sustancia o naturaleza que el Padre (“consubstancial” al Padre, porque es el Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad), afirmando así su divinidad.
“Y después de su resurrección Él comió y bebió con ellos como uno que está en la carne, aunque espiritualmente estaba unido con el Padre” (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Esmirneanos 3).
San Policarpo (ca. 69 - ca. 155 d.C.)
—Obispo y mártir de la Iglesia primitiva, discípulo del apóstol San Juan.
Tal como hemos visto, la adoración solo se debe a Dios. Y en el siguiente texto, San Policarpo afirma que los primeros cristianos adoraban a Jesucristo. Por lo tanto, este texto también demuestra que los primeros cristianos creían que Jesús era Dios y lo adoraban como tal.
“Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios; en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también, ser sus compañeros y sus condiscípulos” (Martirio de san Policarpo 17, 3: SC 10bis, 232 [Funk 1, 336]).
Nota: En este texto, San Policarpo, también hace una clara distinción entre adoración y veneración, que no es lo mismo: los católicos solo adoramos a Dios (que es reverenciar o rendir culto a un ser de naturaleza divina), mientras que, a la Virgen, los ángeles y a los santos los veneramos (que es respetar en grado sumo a alguien por su santidad o lo que representa).
San Justino Mártir (c.100 - c. 165 d.C.)
—Apologista del siglo II
“Si hubieses entendido lo escrito por los profetas, no habrías negado que Él [Jesús] era Dios, Hijo del único, inengendrado, insuperable Dios” (San Justino Mártir, Diálogo con Trifón).
San Ireneo de Lyon (140 - 205 d. C.)
—Doctor y Padre de la Iglesia, discípulo de San Policarpo.
En el siglo II, mucho antes del concilio de Nicea (325 d.C.), San Ireneo explícitamente afirma que Jesucristo es nuestro “Dios y Salvador”, al igual que los Apóstoles Pedro —“nuestro Dios y Salvador Jesucristo” (2 Pe 1,1)—, y Pablo —“gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Ti, 2,13)—.
“de modo que ante Jesucristo nuestro Señor y Dios y Salvador y rey, según el beneplácito (Ef 1,9) del Padre invisible (Col 1,15) «toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los infiernos, y toda [552] lengua lo confiese» (Fil 2,10-11)” (San Ireneo de Lyon, Contra los herejes, I, 1, 10.1).
En el siguiente texto, San Ireneo enseña que, como las Escrituras profetizan de Él, Jesucristo es verdadero Dios y hombre: no fue solo un hombre sino también es Señor santo y “Dios fuerte” (cf. Is 9,5):
“Las Escrituras no darían todos estos testimonios acerca de él, si fuese sólo un hombre semejante a todos. Pero como tuvo una generación sobre todas luminosa, del Padre Altísimo (Is 53,8), y también llevó a término la concepción de la Virgen (Is 7,14), las divinas Escrituras testimonian ambas cosas sobre él: que es hombre sin belleza y pasible (Is 53,2-3), que se sentó sobre el pollino de una asna (Zac 9,9), que bebió hiel y vinagre (Sal 69[68],22), que fue despreciado [941] del pueblo y que descendió hasta la muerte (Sal 22[21],7.16); pero también que [Jesucristo] es Señor santo y Consejero admirable (Is 9,5), hermoso a la vista (Sal 45[44],3), Dios fuerte (Is 9,5), que viene sobre las nubes como Juez de todos (Dan 7,13.26). Esto es lo que las Escrituras profetizan de él” (San Ireneo de Lyon, Contra los herejes, III, 2, 19,2).
San Clemente de Alejandría (c. 150 - 216 d.C.)
—Padre de la Iglesia, Maestro de Orígenes.
San Clemente afirma que Jesús es Dios y hombre verdadero:
“Sólo Él [Jesús] es tanto Dios como Hombre, y la fuente de todas nuestras cosas buenas” (San Clemente de Alejandría, Exhortación a los griegos).
Tertuliano (155 - c. 220 d.C.)
—Importante escritor eclesiástico.
Tertuliano dice que Jesús es también Dios:
“Sólo Dios está sin pecado. El único hombre sin pecado es Cristo, porque Cristo también es Dios” (Tertuliano, El alma 41:3).
Orígenes (185 - ca. 253 d.C.)
—Considerado como el teólogo más importante de la Iglesia primitiva.
Orígenes enseña que: Jesús, aun siendo hombre, era y es Dios:
“Aunque [el Hijo] era Dios, tomó carne; y habiendo sido hecho hombre, permaneció como era: Dios” (Orígenes, Las doctrinas fundamentales 1:0:4).
Recapitulación:
Estas citas anteriores al concilio de Nicea (325 d.C.), demuestran que los primeros cristianos y Padres de la Iglesia creían y enseñaban que Jesús es Dios. Mucho antes de las enseñanzas de Arrio, un hereje que desde el 319 d.C. enseñaba que Jesús no era Dios, porque: “afirmaba que “el Hijo de Dios salió de la nada” (DS 130) y que sería “de una substancia distinta de la del Padre” (DS 126)” (CIC, n. 465).
Hoy en día, muchas sectas (como los Testigos de Jehová) son arrianos modernos, porque sostienen los errores de Arrio. Por tal motivo debemos seguir preparándonos, y no hablar de religión con ellos, porque con sus mentiras y falsos argumentos y razonamientos pueden hacernos daño (tal y como quien toma veneno se envenena).
San Juan ya nos advertía que no debemos recibir en nuestras casas a quien viene con una doctrina diferente a la de Jesucristo, nuestro Dios y Señor:
“Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo. Cuidad de vosotros, para que no perdáis el fruto de nuestro trabajo, sino que recibáis abundante recompensa. Todo el que se excede y no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. El que permanece en la doctrina, ése posee al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros y no es portador de esta doctrina, no le recibáis en casa ni le saludéis, pues el que le saluda se hace solidario de sus malas obras” (2 Jn 1,7-11)”
Conclusión:
Jesús no es un hombre cualquiera, no es un sabio más como Sócrates, no es un mero “profeta”, como Mahoma, no es un “iluminado”, como Buda, no es un “dios menor”, como dicen los herejes de ayer y hoy.
Jesús es verdaderamente Dios, lo dice explícitamente la Biblia: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28), “nuestro Dios y Salvador Jesucristo” (2 Pe 1,1), “gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Ti 2,13), “Jesucristo. Este es el Dios verdadero” (1 Jn 5,20), “Cristo (…) Dios bendito por los siglos” (Rom 9,5), “el Verbo era Dios” (Jn 1,1). Y lo afirman los cristianos de los primeros siglos como: San Ignacio de Antioquía (107) —“Jesucristo nuestro Dios” (Carta a los Efesios)—, San Policarpo (155) —“Nosotros adoramos a Cristo” (Martirio de san Policarpo), San Justino Mártir (165) —“Él [Jesús] era Dios”(Diálogo con Trifón)—, San Ireneo de Lyon (205) —“Jesucristo nuestro Señor y Dios y Salvador y rey” (Contra los herejes)—.
Como hemos visto, Jesús es al mismo tiempo Dios y hombre verdadero. En cuanto Dios en repetidas ocasiones se aplicó a sí mismo el Nombre divino “Yo soy” (Jn 8,24.28.58; 13,19; 6,35; 8,12; 10,9; 10,11; 11,25; 14,6; 15,5; 18,5; Ap 1,8.17; etc.), declarando tanto su divinidad como su unidad con el Padre. Efectivamente, el Padre y el Hijo son de la misma naturaleza, por eso declaró en presencia de un auditorio: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30), razón por la cual, los que lo rechazaron querían apedrearlo (cf. Jn 10,31), porque siendo hombre, se refería a Sí mismo como Dios (cf. Jn 10,33; 5,18).
Pero Jesús no solo afirmó ser Dios, sino que lo demostró con hechos, con obras —“Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras” (Jn 14,11)—. En efecto, en virtud de su poder y autoridad divina, Jesús: obró milagros (cf. Mt 8,24-27; Mt 8,5-13; Mc 2,11-12), perdonó pecados (cf. Mc 2,5), enseñó con autoridad sobre la Ley (cf. Mc 1,21-22; Mt 5,43-44), expulsó demonios (cf. Lc 4,33-36), resucitó al tercer día —como había profetizado— (cf. Mt 16,21; Mt 28,6), y ascendió a los cielos y se sentó a la derecha de Dios (cf. Mc 16,19).
Por lo tanto, Jesús demostró que verdaderamente, Él era “Yo Soy”, el Hijo de Dios y Dios mismo, por los milagros que realizó, por la doctrina que enseñó y las profecías que en Él se cumplieron. ¿Quién puede, ante toda esta evidencia, dudar que Jesús es Dios, y que la Biblia lo enseña claramente?
Por lo que el Señor Jesús nos dice hoy en día: “si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados” (Jn 8,24). Esto es como si dijera: “si no crees que Yo soy Dios”. Más aún, nos repite a cada uno de nosotros su pregunta “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?” (Mc 16,15). Esta es la pregunta más importante que cada uno de nosotros debemos de contestar. Una pregunta personal y directa, que no podemos evitar, postergar o delegar a otro. Con ella, Jesús nos llama con amor a renovar nuestra fe en Él, reconociéndolo como nuestro Señor y Dios y Salvador y Rey.
¡Gloria a ti, Señor Jesús!
Sobre este artículo:
Autor (con la gracia de Dios): Fernando H. Lee
Artículo original publicado en: © fortalezaenlafe.com
No. de edición: 1
Notas:
Citas bíblicas tomadas de la Biblia de Jerusalén 1967, a menos que se indique otra traducción en la misma cita bíblica.
-
S. Juan Pablo II, Audiencia general del 24 de junio de 1987. ↩︎
-
Benedicto XVI, Audiencia general del Miércoles 27 de septiembre de 2006. ↩︎
-
La inspiración y la verdad de la Sagrada Escritura - Pontificia Commisión Bíblica, n. 1(1.4). ↩︎
-
Cardenal Raniero Cantalamessa, «VINO A MORAR ENTRE NOSOTROS» - Tercera Predicación de Adviento 2020 | cantalamessa.org ↩︎
-
S. Juan Pablo II, Audiencia general del 26 de noviembre de 1997. ↩︎
-
Sagrada Biblia Mons. Straubinger, comentario n. 12774, sobre Ap 1,8. ↩︎
-
Sagrada Biblia Mons. Straubinger, comentario n. 12782, sobre Ap 1,17. ↩︎
-
Padre Jorge Loring, Compendio para Salvarte, Divinidad de Cristo, n. 32,11. ↩︎
-
La inspiración y la verdad de la Sagrada Escritura - Pontificia Commisión Bíblica. ↩︎
-
S. Juan Pablo II, Audiencia general del 2 de septiembre de 1987. ↩︎
-
Ibíd. ↩︎
-
Mons. Ph. Delhaye, La conciencia que Jesús tenía de sí mismo y de su misión 1985, Proposición tercera, n.2. ↩︎
-
Ibíd, Proposición segunda, n.2. ↩︎
-
Ibíd, Proposición tercera, n.2. ↩︎
-
Padre Jorge Luis Zarazúa Campa, ¿JESUCRISTO ES DIOS? | Apóstoles de la Palabra. ↩︎
-
Diálogo con los protestantes, P. Flaviano Amatulli Valente, fmap, cap. 3, Salvación Personal. ↩︎
-
S. Juan Pablo II, Audiencia general del 6 de noviembre de 1985. ↩︎
-
Mons. Ph. Delhaye, La conciencia que Jesús tenía de sí mismo y de su misión 1985, Proposición primera, n. 2. ↩︎
-
Padre Jorge Loring, Compendio para Salvarte, Resurrección de Cristo, n. 35,1. ↩︎
-
Monseñor José Ignacio Munilla, Catecismo 966. ↩︎
-
S. Juan Pablo II, Audiencia general del 19 de abril de 1989. ↩︎
-
“¿Enseña la Biblia que Cristo es Dios? - Apologetica Catolica” | apologeticacatolica.org ↩︎
-
“Guion Domingo XX Tiempo Ordinario- CICLO A”, vozcatolica.com; [9: “Cf. Louw– Nida, Greek– English Lexicon of the NT; Moulton– Milligan, Vocabulary of the Greek NewTestament; Tuggy, Vine y Swanson, en Multiléxico del NT, nº 4352.”; 10: “Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium Matthaei lectura, caput 15, lectio 2; traducción nuestra”]. ↩︎
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